Meditaciones dirigidas


En esta sección colocamos las meditaciones dirigidas a los seminaristas mayores, por parte del Pbro. Gustavo Romero, Vice-rector del Seminario Mayor de "La Inmaculada", para quien desee servirse de ellas. 

2013


“AL ATARDECER”



En la primera meditación dirigida por este servidor, les hablé sobre el mensaje del Papa Benedicto XVI, para la Cuaresma 2013. Ahora, daremos inicio a una serie de meditaciones, basadas en el libro “Quando fu sera”, del padre Umberto Occhialini OFM, son meditaciones para la jornada del cristiano. Esta primera meditación es la introducción a la temática por desarrollar, por tanto, comprenderemos el sentido y la finalidad de estas reflexiones de una manera paulatina y concatenada.



Al atardecer, dijo el dueño de la viña a su administrador: Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros” (Mateo 20, 8).

Todos estamos invitados a trabajar en la viña del Señor y todos, al final de la jornada, esperamos el salario de Él por el trabajo prestado, cualquiera que sea la hora de nuestra llamada.

Prescindamos de la enseñanza especifica de la parábola de los obreros de la viña, en la cual se pone en primer lugar, la bondad del patrón que da el denario para vivir, también a los últimos en llegar. Detengámonos, en efecto, a considerar aquel: “Al atardecer o al caer de la tarde”, que nos recuerda como todos en el mundo avanzamos hacia la caída del sol.

En el atardecer de la historia, de esta historia de la humanidad, en la cual coexisten el bien y el mal, el buen grano y la cizaña, a fin de que la victoria de Cristo haya derrotado cada potencia destructiva, incluida la muerte. No sabemos cuando, porque el Esposo puede tardarse (cf. Mateo 25, 5), pero el Señor resucitado vendrá en gloria para introducir a su pueblo, ya totalmente, en el gozo de la Jerusalén celeste. Entonces cada uno de nosotros deberá rendir cuenta al Juez del bien y el mal, de cual hemos dejado rastro en la historia del mundo.

Del nacimiento a la muerte, es este el tiempo que Dios me dona para crecer, para madurar, para alcanzar la perfección. Es este mí tiempo, el tiempo del cual puedo beneficiarme para edificar mi vida terrena y entrar con aquello que he realizado, en la vida eterna. No tengo otro tiempo a disposición, no poseeré otro tiempo para una construir una existencia diversa.

Es en fin el atardecer de mi jornada, aquella que va del alba a la caída del sol. De estas jornadas está hecho el curso de la vida y el curso de la historia. Si las vivimos bien, según el diseño de Dios, mi camino será positivo, constructivo, quizás con momentos de parada o de desviación; si en efecto, las viviéramos mal, si no escuchó con fe la voz y la gracia de Dios, caeré solo al vacío que prelude al irreparable barranco.

Este es el sentido de las jornadas de las cuales esta hecho el curso de la vida. Y sobre estas jornadas queremos reflejar, sobre todo, a la luz de la palabra de Dios que nos enseña a adquirir “un corazón sabio” (salmo 89, 12).

Pensamos así ofrecer materia de reflexión a aquellos que intentan hacer del don de la vida y del tiempo, la única oportunidad para dejarse plasmar por el amor que Dios nuestro Padre no cesa nunca de volcar sobre nosotros, por medio del Hijo y del Espíritu Santo.

Las primeras meditaciones conciernen sobre el camino en el tiempo, a través de las estaciones de la vida, con el alma que conserva toda la juventud, si no cesa de buscar con amor.

Se trata de un camino cristiano, en el sentido pleno de la palabra, por tanto, un recorrido de vida con Cristo y en Cristo, en la fe y en la comunión con él, en la obediencia al Padre y en la docilidad a la obra del Espíritu.

La jornada es vivida en el Señor y por el Señor en la medida en que nuestras intenciones son rectas, rectas en cuanto es posible. No siempre lo son, como no todo aquello que hacemos puede ser material adecuado para construir: hay piedras bellas, pero a la vez hay pura paja. Será el juicio de Dios el que hará la selección.

Si vivimos en la fe, debemos actuar siempre en la presencia del Señor, bajo sus ojos, atentos a no sustituir los ojos de Dios con aquellos del mundo, con sus juicios, con sus condicionamientos.

Vivir así por el Señor, comporta indudablemente el sacrificio de todo eso que no es agradable a él, que no es conforme a su santa voluntad. La fidelidad tiene por consiguiente un precio: ¿cuánto estamos dispuestos a pagar?

No pensamos, sin embargo, que somos nosotros con nuestras fuerzas, para afrontar la lucha y la fatiga del camino de perfección, por esto es necesario que en la jornada encontremos el tiempo para dedicarnos a la oración, para abrir el corazón a la gracia con fe, para conocer siempre mejor al Señor y su voluntad, para agradecerle y alabarlo por aquello que Él es y por aquello que dona.

Tomamos en consideración, en fin, algunas disposiciones que deben acompañar a un alma auténticamente inclinada a la plenitud de vida de gracia.

La primera es el fervor, el verdadero fervor que es la voluntad permanente de amar a Dios con todo el corazón, de hacer siempre, como Jesús, aquello que a Él le place.

Para permanecer en este deseo de amar a Dios y de crecer en la virtud cristiana, se necesita aprovechar las ocasiones que se encuentran en la jornada, de otro modo, arriesgamos a aplazar continuamente nuestro crecimiento. Y son las pruebas que nos ofrecen la oportunidad de demostrar, cuan verdadera y fuerte es nuestra voluntad de abrirse sin límites a la gracia siempre operante en nosotros.

Si nos preguntamos cual es la prueba de las pruebas, la prueba determinante de nuestra fidelidad, respondemos con el Evangelio que es la perseverancia. Sin perseverancia, la semilla lanzada por Cristo sobre nuestro surco, no lleva la espiga a la maduración.

En la espera de recibir por la misericordia de Dios nuestro “denario”, incluso si estamos entre los llamados  a ultima hora, pero inmensamente felices, si hemos tenido la gracia de trabajar por el Señor, y solo por Él, a lo largo de nuestra jornada terrena. 


2012

Meditación dirigida nº1
25-Enero-2012
EL PRESBÍTERO
MAESTRO DE LA PALABRA, 
MINISTRO DE LOS SACRAMENTOS 
Y GUIA DE LA COMUNIDAD, 
ANTE EL TERCER MILENIO CRISTIANO

En este año 2012, hemos colocado en el blog de nuestro seminario otro lema junto al lema oficial de la institución, el cual dice: “Seminario Mayor de La Inmaculada: formando sacerdotes en y para el nuevo milenio”. Este lema está inspirado en el documento: “El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano”, emanado por la Congregación para el Clero, el 19 de marzo de 1999.

Al igual que el año pasado, seguiré en estas meditaciones un tema común desarrollado de manera paulatina. Pidiéndole luces al Espíritu Santo, he decidido que meditemos sobre el papel del presbítero ante el tercer milenio cristiano, porque bien es cierto que el sacerdocio de Cristo es único, pero debe adaptarse al cambio de cada época, por supuesto, sin separarse nunca de lo esencial, es decir, del sacerdocio de nuestro Señor Jesucristo. Pues bien, con el conjunto de las meditaciones bajo el tema común dado a conocer, pretendemos que ustedes los seminaristas posean una panorámica sobre el rol sacerdotal desde Cristo, pero teniendo en cuenta, el contexto del nuevo milenio cristiano.

TEMÁTICA
Capítulo I
AL SERVICIO DE LA NUEVA EVANGELIZACION
1. La nueva evangelización tarea de toda la Iglesia
2. La necesaria e insustituible función de los sacerdotes
Capítulo II
MAESTROS DE LA PALABRA
1. Los presbíteros, maestros de la Palabra " nomine Christi et nomine Ecclesiae "
2. Para un anuncio eficaz de la Palabra
Capítulo III
MINISTROS DE LOS SACRAMENTOS
1. "In persona Christi Capitis "
2. Ministros de la Eucaristía: " el centro mismo del ministerio sacerdotal "
3. Ministros de la Reconciliación con Dios y con la Iglesia
Capítulo IV
PASTORES CELOSOS DE SU GREY
1. Con Cristo, para encarnar y difundir la misericordia del Padre
2. "Sacerdos et hostia "
3. La acción pastoral de los sacerdotes: servir y conducir en el amor y en la fortaleza

Capítulo I
AL SERVICIO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
"Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis " (Jn 15,16)

1. La nueva evangelización tarea de toda la Iglesia
La llamada y la invitación por parte del Señor son siempre presentes, pero en las actuales circunstancias históricas, adquieren un relieve particular. El final del siglo XX manifiesta, en efecto, fenómenos contrastantes desde el punto de vista religioso. Si de una parte, se constata un alto grado de secularización en la sociedad, que vuelve la espalda a Dios y se cierra a toda referencia trascendente, emerge por otra parte, cada vez con más fuerza una religiosidad que trata de saciar la innata aspiración de Dios presente en el corazón de todos los hombres, pero que no siempre logra encontrar un desahogo satisfactorio. "La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio "(5) Este urgente empeño misionero se desarrolla hoy, en gran medida, en el cuadro de la nueva evangelización de tantos países de antigua tradición cristiana en los que ha decaído sin embargo en gran medida, el sentido cristiano de la vida. Pero también se dirige hacia el ámbito más amplio de toda la humanidad, hacia donde los hombres aún no han oído o no han comprendido todavía bien el anuncio de la salvación traída por Cristo.

Es un hecho dolorosamente real la presencia, en muchos lugares y ambientes, de personas que han oído hablar de Jesucristo pero que parecen conocer y aceptar su doctrina más como un conjunto de valores éticos generales que como compromisos de vida real. Es elevado el número de bautizados que se alejan del seguimiento de Cristo y que viven un estilo de vida marcado por el relativismo. El papel de fe cristiana se ha reducido, en muchos casos, a un factor puramente cultural, a una dimensión meramente privada, sin ninguna relevancia en la vida social de los hombres y de los pueblos. (6)

Después de veinte siglos de cristianismo no son pocos ni pequeños los campos abiertos a la misión apostólica. Todos los cristianos, por razón de su sacerdocio bautismal (cfr. 1 Pe 2, 4-5.9; Ap 1, 5-6, 9-10; 20, 6), deben saberse llamados a colaborar según sus circunstancias personales en la nueva misión evangelizadora, que se configura como una responsabilidad eclesial común.(7) La responsabilidad de la actividad misionera " incumbe ante todo al Colegio episcopal encabezado por el Sucesor de Pedro ".(8) Como " colaboradores del Obispo, los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, están llamados a compartir la solicitud por la misión ".(9) Se puede por tanto decir que, en un cierto sentido, los presbíteros son " los primeros responsables de esta nueva evangelización del tercer milenio ".(10)

La sociedad contemporánea, animada por las muchas conquistas técnicas y científicas, ha desarrollado un profundo sentido de independencia crítica ante cualquier autoridad o doctrina, ya sea secular o religiosa. Esto exige que el mensaje cristiano de salvación, aunque siempre permanecerá su condición de misterio, sea explicado a fondo y presentado con la amabilidad, la fuerza y la capacidad de atraer que poseía en la primera evangelización, sirviéndose con prudencia de todos los medios idóneos que ofrecen las técnicas modernas, pero sin olvidar que los instrumentos nunca podrán llegar a sustituir el testimonio directo de una vida de santidad. La Iglesia tiene necesidad de verdaderos testigos, comunicadores del Evangelio en todos los sectores de la vida social. De ahí que los fieles cristianos en general, y los sacerdotes en particular, deban adquirir una profunda y recta formación filosófico-teológica(11) que les permita dar razón de su fe y de su esperanza y, al mismo tiempo, advertir la imperiosa necesidad de presentarla siempre de un modo constructivo, con una disposición personal de diálogo y comprensión. El anuncio del Evangelio no puede, sin embargo, agotarse en el diálogo; la audacia de la verdad es, en efecto, un reto ineludible ante la tentación de buscar una fácil popularidad o ante la propia comodidad.

En la realización de la obra evangelizadora tampoco conviene olvidar que algunos conceptos y palabras, con los que tradicionalmente ha sido realizada, han llegado a ser casi incomprensibles en la mayor parte de las culturas contemporáneas. Conceptos como el de pecado original y sus consecuencias, redención, cruz, necesidad de la oración, sacrificio voluntario, castidad, sobriedad, obediencia, humildad, penitencia, pobreza, etc., han perdido en algunos contextos su original sentido positivo cristiano. Por eso la nueva evangelización, con extrema fidelidad a la doctrina de fe enseñada constantemente por la Iglesia y con un fuerte sentido de responsabilidad respecto del vocabulario doctrinal cristiano, debe ser capaz también de encontrar modos idóneos de expresarse hoy en día, ayudando a recuperar el sentido profundo de estas realidades humanas y cristianas fundamentales, sin que por ello deba renunciar a la formulación de la fe, ya fijada y adquirida, que se contiene de modo sintético en el Credo.(12)

PARA LA AUTO-REFLEXIÓN:
1.    ¿Vas creciendo en la conciencia de que si eres llamado al sacerdocio, debes tomarte en serio la responsabilidad de impulsar la nueva evangelización en el ambiente del nuevo milenio?

2.    ¿Estás comprendiendo que la Iglesia en el nuevo milenio aparte de sacerdotes espirituales, devocionales, exige sacerdotes de profunda y recta formación filosófico-teológica? ¿De parte tuya, que esfuerzo de autoformación has hecho y estás haciendo en este campo pedido por la Iglesia?

3.    Partiendo de tus años de vida y del nivel académico en el seminario, ¿cómo has presentado y presentas el mensaje cristiano de salvación a los demás, y de manera concreta, en la práctica pastoral en las parroquias?

Meditación dirigida nº2
29-Enero-2012

2. La necesaria e insustituible función de los sacerdotes
I PARTE

Aunque los pastores " no fueron constituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia acerca del mundo " (Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. Dog. Lumen gentium, n. 30.), desempeñan, sin embargo, una función evangelizadora insustituible. Partiendo de está afirmación diremos: 1. El sacerdote aunque está configurado en la persona de Cristo-Cabeza, no es todo, necesita colaboradores en la evangelización, así como Jesús el Hijo de Dios, se sirvió de Doce hombres llamándoles Apóstoles. 2. El sacerdote debe tener clara su identidad de dirección, guía y líder de los colaboradores y del rebaño encomendado, en relación a la misión salvífica de Cristo y de su Iglesia. La exigencia de una nueva evangelización hace apremiante la necesidad de encontrar un modo de ejercitar el ministerio sacerdotal que esté realmente en consonancia con la situación actual, que lo impregne de incisividad y lo haga apto para responder adecuadamente a las circunstancias en las que debe desarrollarse. Todo esto, sin embargo, debe ser realizado dirigiéndose siempre a Cristo, nuestro único modelo, sin que las circunstancias del tiempo presente aparten nuestra mirada de la meta final. No son únicamente, en efecto, las circunstancias socio-culturales las que nos deben empujar a una renovación espiritual válida sino, sobre todo, el amor a Cristo y a su Iglesia. Por supuesto, se trata de responder a las circunstancias presentes sin traicionar a Cristo, porque por el afán de responder o adaptarse sin criterios, se puede adulterar, contaminar o conducir una misión fuera del evangelio, cayendo en la trampa de la “novedad”, del “show”. Observen las sectas nuevas que van surgiendo, y constatarán está situación, o también, en hermanos sacerdotes en su mayoría párrocos, en el mundo entero, sobre todo en nuestro continente.

La meta de nuestros esfuerzos es el Reino definitivo de Cristo, la recapitulación en Él de todas las cosas creadas. Y aunque esa meta sólo será plenamente alcanzada al final de los tiempos, ya ahora está sin embargo presente a través del Espíritu Santo vivificador, por medio del cual Jesucristo ha constituido su Cuerpo, que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación.( Cfr. ibid, n. 48. ). No debemos perder de vista este criterio evangélico y eclesial, para no perderle sentido a todo lo que hacemos de sacrificio ni a las situaciones que soportamos.

Cristo, Cabeza de la Iglesia y Señor de la entera creación, continúa actuando salvíficamente entre los hombres, y precisamente en este marco operativo encuentra su lugar propio el sacerdocio ministerial. Cristo quiere implicar de modo especial a sus sacerdotes en ese atraer hacia sí a todos (cfr. Jn 12, 32). Nos hallamos ante un designio divino (la voluntad de Dios de implicar a toda la Iglesia con sus ministros en la obra de la redención), que si bien está claramente atestiguado en la doctrina de la fe y por la teología, encuentra todavía no pocas dificultades para ser aceptado por los hombres de nuestro tiempo, incluso por algunos de nosotros sacerdotes y seminaristas mayores. Hoy en día, de hecho, muchos discuten la mediación sacramental y la estructura jerárquica de la Iglesia; se cuestiona su necesidad y su fundamento. Ver como ejemplo un político internacional difusor de ideas sobre este punto: Facebook (Hugo Chávez mensaje al Papa, obispos, curas).

Como la vida de Cristo también la del presbítero ha de ser una vida consagrada, en Su nombre, a anunciar con autoridad la amorosa voluntad del Padre (cfr. Jn 17, 4; Eb 10, 7-10). Este fue el comportamiento del Mesías: sus años de vida pública estuvieron dedicados " a hacer y a enseñar " (Hech 1, 1), por medio de una predicación llena de autoridad (cfr. Mt 7, 29). Ciertamente tal autoridad le correspondía ante todo por su condición divina, pero también, a los ojos de la gente, por su modo de actuar sincero, santo, perfecto. De igual manera el presbítero debe unir a la autoridad espiritual objetiva, que posee por fuerza de la sagrada ordenación (Cfr. Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 21: l.c., p. 688-690), una autoridad subjetiva que proceda de su vida sincera y santificada (Cfr. Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 12; Juan Pablo II, Exhort. Ap. Pastores dabo vobis, n. 25: l.c., pp. 695-697), de su caridad pastoral, que es manifestación de la caridad de Cristo (Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros. Tota Ecclesia, n. 43: l.c., p. 42.). No ha perdido actualidad la exhortación que San Gregorio Magno dirigía a los sacerdotes: " Es necesario que él (el pastor) sea puro en el pensamiento, ejemplar en el obrar, discreto en su silencio, útil con su palabra; esté cerca de cada uno con su compasión y dedicado más que nadie a la contemplación; sea un aliado humilde de quien hace el bien, pero por su celo por la justicia, sea inflexible contra los vicios de los pecadores; no atenúe el cuidado de la vida interior en las ocupaciones externas, ni deje de proveer a las necesidades externas por la solicitud del bien interior " ( S. Gregorio Magno, La Regla Pastoral, II, 1.).

Se puede constatar que los parroquianos, creyentes católicos o no católicos, aunque el sacerdote tenga doble vida, carezca de autoridad subjetiva, la gente no deja de ver al padre o al cura “ese”. Esto no es para que nos conformemos, sino para despertar, mantenernos conscientes que la gente no deja de ver lo que nosotros ya no vemos posiblemente: un hombre consagrado o un seguidor del llamado Jesucristo. Aunque andemos moralmente mal y dando anti-testimonio, la autoridad objetiva no la perdemos, y por ello, queda la responsabilidad de activar, recuperar y mantener la autoridad subjetiva. Dios con gusto asistirá a un sacerdote con está intención y fuerza de voluntad.

PARA LA AUTO-REFLEXIÓN:
1. ¿Se siente realmente en nuestras comunidades eclesiales y, especialmente entre nuestros sacerdotes, la necesidad y urgencia de la nueva evangelización?
2. ¿Están los sacerdotes especialmente empeñados en la promoción audaz de una misión evangelizadora nueva; —nueva sobre todo " en su ardor, en sus métodos, en su expresión "(28) —ad intra y ad extra de la Iglesia?


Meditación dirigida nº3
18-Abril-2012

2. La necesaria e insustituible función de los sacerdotes
II PARTE

Estimados seminaristas continuamos la meditación ya dirigida en su primera parte, a manera de recordatorio y en resumen, hablábamos sobre la autoridad espiritual objetiva y subjetiva del sacerdote, las cuales no deben separarse, si se quiere ser fiel al sacerdocio de Jesucristo, en su función ministerial.

En nuestros días, como en toda época, en la Iglesia —afirmaba el Santo Padre Juan Pablo II, refiriéndose concretamente a la recristianización de Europa pero con palabras que tienen validez universal— " se necesitan heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos. Los grandes evangelizadores de Europa han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande nuevos santos para evangelizar al mundo de hoy”. Se debe tener presente que no pocos de nuestros contemporáneos se forman una cierta idea de Cristo y de la Iglesia, ante todo, a través de los sagrados ministros, por lo que resulta todavía más urgente su testimonio genuinamente evangélico, de ser una " imagen viva y transparente de Cristo Sacerdote " (Pastores dabo vobis, n. 12).

Es interesante lo que dice Juan Pablo II, sobre que se necesitan heraldos del Evangelio expertos en humanidad, es decir, hombres practicantes de los principios evangélicos pero capaces de canalizarlos a través de la parte humana. Es que siendo realistas y basados en la experiencia, alguien por más espiritual que quiera aparecer pero si no hay una parte humana trabajada, puede lastimar o alejar a las personas.  También, está el caso de que tan humano se quiere aparecer, que desvinculándose de los principios evangélicos, se pueden pasar los limites y mundanizar el ministerio sacerdotal. Desde aquí se comprende aun mejor las sabias palabras de pastores dabo vobis: «Sin una adecuada formación humana, toda la formación sacerdotal estaría privada de su fundamento necesario». “El presbítero, llamado a ser «imagen viva» de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible, aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparenta con singular eficacia en sus actitudes hacia los demás, tal como nos las presentan los evangelistas” (Ibid.).

Conocer a fondo el corazón del hombre, participar en angustias y tristezas, y ser contemplativos, es un tríptico interesante y el cual no debe dividirse. El sacerdote debe ingresar en la vida de la persona con la intención de ayudarle, respetando su libertad de apertura, pero importante mantenerse en relación con Dios, porque se corre el peligro de confundir sentimientos. “Puesto que el carisma del celibato, aun cuando es auténtico y probado, deja intactas las inclinaciones de la afectividad y los impulsos del instinto, los candidatos al sacerdocio necesitan una madurez afectiva que capacite a la prudencia, a la renuncia a todo lo que pueda ponerla en peligro, a la vigilancia sobre el cuerpo y el espíritu, a la estima y respeto en las relaciones interpersonales con hombres y mujeres” (P.D.V., 44).

“Se debe tener presente que no pocos de nuestros contemporáneos se forman una cierta idea de Cristo y de la Iglesia, ante todo, a través de los sagrados ministros”. Que palabras más fuertes e interpeladoras para cada sacerdote y seminarista. Aquí hasta se puede hacer una clasificación creo, como la gente se hace una idea de Jesucristo a través del hombre sacerdote, para bien o para mal. Partiendo del contexto propio y de la realidad actual, aun pueden encontrarse muchas personas con un concepto puro y hasta divino del sacerdote, y por eso lo buscan y al encontrarlo esperan “algo” en concreto, basándose en “que es sacerdote”. Es triste escuchar cuando algunas personas dicen: “ustedes tienen la culpa de que ya no se crea en el sacerdocio ni en la Iglesia”. Más ahora con tantas ofertas religiosas por un lado y de felicidad y verdad fuera del cristianismo por otro, esto es un punto a considerar seriamente. Personas desesperanzadas buscando esperanza, y la única que ven es en los sacerdotes, porque los consideran cercanos a Dios, hombres espirituales y sabios, “como si fueran del cielo”, y al recurrir a ellos, la desesperanza se vuelve una terrible desilusión, hasta a veces llegar a decir: hoy estoy peor que antes. Por otra parte, es gratificante escuchar a personas animadas por el ejemplo humano cristiano del sacerdote, o sacerdotes que hacen retornar la esperanza perdida, sanando un anti-testimonio.

En el ámbito de la acción salvífica de Cristo, se pueden distinguir dos objetivos inseparables. De un lado, una finalidad que podría ser definida como de carácter intelectual: enseñar, instruir a las muchedumbres que estaban como ovejas sin pastor (cfr. Mt 9, 36), encaminar las inteligencias hacia la conversión (cfr. Mt 4, 17). Y por otra parte mover los corazones de quienes le escuchaban hacia el arrepentimiento y la penitencia por los propios pecados, abriendo de esta manera camino a la recepción del perdón divino. Así es también hoy: " la llamada a la nueva evangelización es antes de nada una llamada a la conversión ", y una vez que la Palabra de Dios ha instruido el entendimiento del hombre y ha movido su voluntad, alejándola del pecado, es entonces cuando la actividad evangelizadora alcanza su culmen a través de la participación fructuosa en los sacramentos y, sobre todo, en la celebración eucarística. Como enseñaba Pablo VI, " la tarea de evangelización es propiamente la de educar en la fe de manera tal que ella conduzca a cada cristiano a vivir los sacramentos como verdaderos sacramentos de la fe, y no a recibirlos pasivamente, o a tolerarlos ".

La evangelización incluye: anuncio, testimonio, diálogo y servicio, y se fundamenta en la unión de tres elementos inseparables: la predicación de la Palabra, el ministerio sacramental y la guía de los fieles. No tendría sentido una predicación que no formase continuamente a los fieles y no desembocase en la práctica sacramental, ni tampoco lo tendría una participación en los sacramentos separada de la plena aceptación de la fe y los principios morales, o en la que faltase la conversión sincera del corazón. Si desde un punto de vista pastoral el primer lugar en orden a la acción le corresponde, lógicamente, a la función de predicación, en el orden de la intención o finalidad el primer puesto debe ser asignado a la celebración de los sacramentos y, en particular, de la Penitencia y de la Eucaristía. Conjugar de manera armónica estas dos funciones es precisamente el modo de manifestar la integridad del ministerio pastoral del sacerdote al servicio de la nueva evangelización.

PARA REFLEXIONAR:

- ¿Qué empeño estás poniendo por formar tu parte humana, en relación a Jesucristo y a la Iglesia?
- ¿Cómo es tu trato con las demás personas, teniendo presente que a través de tu humanidad actúa la gracia de Dios?
- ¿Te esfuerzas por vivir lo que dices en las predicaciones con o sin exigencia a la personas, primeramente como cristiano y luego como posible vocacionado al sacerdocio?


Meditación dirigida nº4
15-Agosto-2012
Capítulo II
MAESTROS DE LA PALABRA
“ Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación "
(Mc 16,15)

1. Los presbíteros, maestros de la Palabra "nomine Christi et nomine Ecclesiae"

A mi juicio, alrededor de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (5-26 octubre 2008) y sobre todo, desde la Exhortación Apostólica Postsinodal “Verbum Domini” (30 septiembre 2010), se ha originado un impulso, un redescubrimiento a nivel de Iglesia Universal, en torno a la Sagrada Escritura y  la predicación, y en nuestra diócesis también se esta sintiendo dicho énfasis.

Un punto de partida adecuado para la correcta comprensión del ministerio pastoral de la Palabra es la consideración de la revelación de Dios en sí misma. "Por esta revelación, Dios invisible (cfr. Col1, 15; 1 Tm 1, 17), movido por su gran amor, habla a los hombres como amigos (cfr. Ex 33, 11; Jn 15, 14-15) y mora con ellos (cfr. Ba 3, 38), para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía ". En la Escritura el anuncio del Reino no habla sólo de la gloria de Dios, sino que la hace brotar de su mismo anuncio. El Evangelio predicado en la Iglesia no es solamente mensaje, sino una divina y salutífera acción experimentada por aquellos que creen, que sienten, que obedecen al mensaje y lo acogen.
Como decía el diacono Reynaldo en la primera clase sobre comunicaciones, “la predicación no consiste en transmitir una mera información”, en hacer presente en la actualidad una tipo noticia de hace 2, 000 años, sobre la persona, mensaje y obras de Jesús, sino más bien como dice la primera Carta de San Juan 4, 14: “Damos testimonio de lo que hemos visto y oído”.

Por tanto, la Revelación no se limita a instruirnos sobre la naturaleza de un Dios que vive en una luz inaccesible, sino que al mismo tiempo nos muestra cuánto hace Dios por nosotros con la gracia. La Palabra revelada, al ser presentada y actualizada " en " y " por medio " de la Iglesia, es un instrumento mediante el cual Cristo actúa en nosotros con su Espíritu. La Palabra es, al mismo tiempo, juicio y gracia. Al escucharla, el contacto con Dios mismo interpela los corazones de los hombres y pide una decisión que no se resuelve en un simple conocimiento intelectual sino que exige la conversión del corazón.

"Los presbíteros, como cooperadores de los Obispos, tienen como primer cometido predicar el Evangelio de Dios a todos; para (...) constituir e incrementar el Pueblo de Dios". (Concilio Ecumenico Vaticano II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 4) Precisamente porque la predicación de la Palabra no es la mera transmisión intelectual de un mensaje, sino " poder de Dios para la salvación de todo el que cree " (cfr. Rom 1, 16), realizada de una vez para siempre en Cristo, su anuncio en la Iglesia exige, en quienes anuncian, un fundamento sobrenatural que garantice su autenticidad y su eficacia. La predicación de la Palabra por parte de los ministros sagrados participa, en cierto sentido, del carácter salvífico de la Palabra misma, y ello no por el simple hecho de que hablen de Cristo, sino porque anuncian a sus oyentes el Evangelio con el poder de interpelar que procede de su participación en la consagración y misión del mismo Verbo de Dios encarnado. En los oídos de los ministros resuenan siempre aquellas palabras del Señor: " Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia " (Lc 10, 16), y pueden decir con Pablo: " nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido; y enseñamos estas cosas no con palabras aprendidas por sabiduría humana, sino con palabras aprendidas del Espíritu, expresando las cosas espirituales con palabras espirituales " (1 Cor 2, 12-13). La predicación queda así configurada como un ministerio que surge del sacramento del Orden y que se ejercita con la autoridad de Cristo. De aquí que la homilía no puede ser delegada a un laico, por más elocuente, creativo e intelectual que sea.

Sin embargo, la gracia del Espíritu Santo no garantiza de igual manera todas las acciones de los ministros. Mientras que en la administración de los sacramentos existe esa garantía, de modo que ni siquiera el pecado del ministro puede llegar a impedir el fruto de la gracia, existen también otras muchas acciones en las cuales la componente humana del ministro adquiere una notable importancia. Y su impronta puede tanto beneficiar como perjudicar a la fecundidad apostólica de la Iglesia. Si bien el entero munus pastorale debe estar impregnado de sentido de servicio, tal cualidad resulta especialmente necesaria en el ministerio de la predicación, pues cuanto más siervo de la Palabra, y no su dueño, es el ministro, tanto más la Palabra puede comunicar su eficacia salvífica.

Este servicio exige la entrega personal del ministro a la Palabra predicada, una entrega que, en último término, mira a Dios mismo, " al Dios, a quien sirvo con todo mi espíritu en la predicación del Evangelio de su Hijo " (Rom 1, 9). El ministro no debe ponerle obstáculos, ni persiguiendo fines ajenos a su misión, ni apoyándose en sabiduría humana o en experiencias subjetivas que podrían oscurecer el mismo Evangelio. ¡La Palabra de Dios no puede ser instrumentalizada! Antes al contrario, el predicador " debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios (...), debe ser el primer "creyente" de la Palabra, con la plena conciencia de que las palabras de su ministerio no son "suyas", sino de Aquél que lo ha enviado”. (PDV 26)

Existe, por tanto, una especial relación entre oración personal y predicación. Al meditar la Palabra de Dios en la oración personal debe también manifestarse de modo espontáneo " la primacía de un testimonio de vida, que hace descubrir la potencia del amor de Dios y hace persuasiva la palabra del predicador ".(33) Fruto de la oración personal es también una predicación que resulta incisiva no sólo por su coherencia especulativa, sino porque nace de un corazón sincero y orante, consciente de que la tarea del ministro " no es la de enseñar la propia sabiduría, sino la Palabra de Dios e invitar con insistencia a todos a la conversión y a la santidad ".(34) Para ser eficaz, la predicación de los ministros requiere estar firmemente fundada sobre su espíritu de oración filial: " Sit orator, antequam dictor ".(San Agustín de Hipona).

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:
-       Partiendo de tu nivel académico, ¿estás comprendiendo la importancia de la Palabra de Dios en la vida de un cristiano y sobre todo, en la de un futuro y ya sacerdote?
-       ¿Oras antes de predicar? ¿Preparas lo que vas a decirle a las personas que tienen derecho a la Palabra de Dios, la cual no es propiedad tuya? Y si no predicas, ¿oras con la Sagrada Escritura en el seminario y en la parroquia?
-       ¿Te esfuerzas por vivir lo que predicas, siendo consciente de que ello forma parte del anuncio?
  
Meditación dirigida nº 5
26-Septiembre-2012

2. Para un anuncio eficaz de la Palabra

El 15 de agosto reflexionamos en torno al tema: “Los presbíteros, maestros de la Palabra "nomine Christi et nomine Ecclesiae". Ahora, continuamos la segunda parte que trata sobre el anuncio eficaz de la Palabra. Podría pensarse que este es un tema más pastoral que espiritual, aunque realmente están concatenados. En la perspectiva de la nueva evangelización (y más aun, en el contexto del ya próximo Sínodo de los Obispos, el cual versa sobre la Nueva Evangelización. 7-28 octubre 2012), se debe subrayar la importancia de hacer madurar en los fieles el significado de la vocación bautismal, es decir, la convicción de estar llamados por Dios para seguir a Cristo de cerca y para colaborar personalmente en la misión de la Iglesia. "Trasmitir la fe es revelar, anunciar y profundizar en la vocación cristiana, esa llamada que Dios dirige a cada hombre al manifestarle el misterio de la salvación”. (Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros. Tota Ecclesia, n. 45: l.c., p. 43). Es, pues, función de la obra de evangelización manifestar a Cristo delante de los hombres, porque sólo Él, " el nuevo Adán, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación "(Concilio Ecumenico Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, n. 22).

Nueva evangelización y sentido vocacional de la existencia del cristiano caminan en unidad. Y es ésta la " buena nueva " que debe ser anunciada a los fieles sin reduccionismos ni respecto a su bondad ni a la exigencia de alcanzarla, recordando al mismo tiempo que " ciertamente apremia al cristiano la necesidad y el deber de luchar con muchas tribulaciones contra el mal, e incluso de sufrir la muerte; pero, asociado al misterio pascual y configurado con la muerte de Cristo, podrá ir al encuentro de la resurrección robustecido por la esperanza”. (Ibidem...)

La nueva evangelización pide un ardiente ministerio de la Palabra, integral y bien fundado, con un claro contenido teológico, espiritual, litúrgico y moral, atento a satisfacer las concretas necesidades de los hombres. No se trata, evidentemente, de caer en la tentación del intelectualismo que, más que iluminar, podría llegar a oscurecer las conciencias cristianas; sino de desarrollar una verdadera " caridad intelectual " mediante una permanente y paciente catequesis sobre las verdades fundamentales de la fe y la moral católicas y su influjo en la vida espiritual. Entre las obras de misericordia espirituales destaca la instrucción cristiana, pues la salvación tiene lugar en el conocimiento de Cristo, ya que " no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos " (Hch 4, 12).
Este anuncio catequético no se puede desarrollar sin el vehículo de la sana teología, pues, evidentemente, no se trata sólo de repetir la doctrina revelada, sino de formar la inteligencia y la conciencia de los creyentes sirviéndose de dicha doctrina, para que puedan vivir de forma coherente las exigencias de la vocación bautismal. Si lanzamos una mirada a nuestra Diócesis, podría decirse que desde hace unos poquísimos años, ha empezado un interés por formar a la gente, interés notable hasta en ustedes, unos más fogosos o dinámicos que otros. Pero basados en este documento eclesial, antes de impartir formación o ya en el proceso formativo, hay qué preguntarse que se busca con dicha acción. Alguien puede responderme en su mente ahorita: “Qué pregunta más tonta padre, si se imparte formación, es con el objetivo de que la gente sepa y entre más mejor, más lista”. Pues bien, hago esa pregunta, por que se trata que la gente a mayor formación, mayor coherencia de vida. Esta debería ser la lógica correcta. ¿De qué serviría tener tanta gente critica, analítica, erudita, pero irrespetuosa, autosuficiente, individualista, soberbia y hasta con inmoralidades? Lo mismo dígase para el tipo deseado de formación para ustedes. La nueva evangelización se llevará a cabo en la medida en que, no sólo la Iglesia en su conjunto y cada una de sus instituciones, sino también cada cristiano, sean puestos en condiciones de vivir la fe y de hacer de la propia existencia un motivo viviente de credibilidad y una creíble apología de la fe.

Evangelizar significa, en efecto, anunciar y propagar, con todos los medios honestos y adecuados disponibles, los contenidos de la verdades reveladas (la fe trinitaria y cristológica, el sentido del dogma de la creación, las verdades escatológicas, la doctrina sobre la Iglesia, sobre el hombre, la enseñanza de fe sobre los sacramentos y los demás medios de salvación, etc.) Y significa también, al mismo tiempo, enseñar a traducir esas verdades en vida concreta, en testimonio y compromiso misionero.

El empeño en la formación teológica y espiritual (en la formación permanente de los sacerdotes y diáconos y en la formación de todos los fieles) es ineludible y, al mismo tiempo, enorme. Es necesario, pues, que el ejercicio del ministerio de la Palabra y quienes lo realizan estén a la altura de las circunstancias. Su eficacia, basada antes que nada en la ayuda divina, dependerá de que se lleve a cabo también con la máxima perfección humana posible. Un anuncio doctrinal, teológico y espiritual renovado del mensaje cristiano —anuncio que debe encender y purificar en primer lugar las conciencias de los bautizados— no puede ser improvisado perezosa o irresponsablemente. Ni puede tampoco decaer entre los presbíteros la responsabilidad de asumir en primera persona esa tarea de anunciar, especialmente en lo que se refiere al ministerio homilético, que no puede ser confiado a quien no haya sido ordenado,(Cfr. congregacion para el clero, pontificio consejo para los laicos, congregacion para la doctrina de la fe, congregacion para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, congregacion para los obispos, congregacion para la evangelizacion de los pueblos) ni fácilmente delegado en quien no esté bien preparado.

Pensando en la predicación sacerdotal es necesario insistir, como siempre se ha hecho, en la importancia de la preparación remota que puede concretarse, por ejemplo, en una orientación adecuada de las propias lecturas, e incluso de los propios intereses, hacia aspectos que puedan mejorar la preparación de los sagrados ministros. La sensibilidad pastoral de los predicadores debe estar continuamente pendiente de individuar los problemas que preocupan a los hombres y sus posibles soluciones. "Además, para responder convenientemente a los problemas propuestos por los hombres de nuestro tiempo, es menester que los presbíteros conozcan los documentos del Magisterio, y sobre todo, de los Concilios y Romanos Pontífices, y consulten los mejores y más probados autores de teología ", sin olvidarse de consultar el Catecismo de la Iglesia Católica. Todo esfuerzo en este campo será recompensado con abundantes frutos. Junto a lo dicho, es también importante una preparación próxima de la predicación de la Palabra de Dios. Salvo en casos excepcionales en los que no cabrá hacerlo de otro modo, la humildad y la laboriosidad deben llevar a preparar con atención al menos un esquema de lo que se debe decir.


Meditación dirigida nº 6
17-octubre-2012
Capítulo III
MINISTRO DE LOS SACRAMENTOS
"Servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios " (1 Cor 4, 1)

Después de haber meditado sobre el sacerdocio y la nueva evangelización, retomando y actualizando el primer elemento del triple “munus”, es decir, sobre el ministerio de la Palabra, ahora, entramos a la segunda función sacerdotal que es la de santificar.

1. " In persona Christi Capitis"
" La misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el misterio de la comunión de la Santísima Trinidad ".(47) Esta dimensión sacramental de la entera misión de la Iglesia brota de su mismo ser, como una realidad al mismo tiempo " humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina ".(48) En este contexto de la Iglesia como " sacramento universal de salvación ",(49) en el que Cristo " manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre ",(50) los sacramentos, como momentos privilegiados de la comunicación de la vida divina al hombre, ocupan el centro del ministerio de los sacerdotes. Estos son conscientes de ser instrumentos vivos de Cristo Sacerdote. Su función corresponde a la de unos hombres capacitados por el carácter sacramental para secundar la acción de Dios con eficacia instrumental participada.

Cuando se les pregunta a los que desean ingresar al seminario o ya están en el proceso formativo, sobre el porqué quiere ser sacerdote, la respuesta más común es la siguiente: por que deseo servir a Dios y a los demás. Bonita respuesta, pero ¿de qué manera se sirve a Dios y a los demás? ¿Para qué te está escogiendo Dios? Dios te está llamando para que a través de ti, se comunique la vida divina a los seres humanos; para darle vida a tanta gente muerta por el pecado. Ahora, hermanos seminaristas, comprenderán el por qué es importante tener claridad de nuestro caminar en el seminario y la importancia capital de los sacramentos, el porque debemos ponerlos al servicio de los demás. Dios ha querido que a través de los sacerdotes y la administración sacramental, las personas tengan un acceso a la vida divina, a la vida de la gracia. Por eso, cuando estaba preparando esta meditación, caí en la cuenta de algo maravilloso y espantoso al mismo tiempo: Dios por medio de mi naturaleza humana, ejecuta su plan de salvación, en otras palabras, por la ordenación presbiteral, el sacerdote, hombre débil y pecador, en algunas ocasiones desagradecido e insensato, porta todo el tiempo, a toda hora y en todo lugar, la capacidad de confeccionar los sacramentos, de transmitir la gracia divina, de ser puente entre Dios y los hombres. De esta reflexión nos enlazamos con el Código de Derecho Canónico: “Los fieles tienen derecho a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes espirituales de la Iglesia principalmente la palabra de Dios y los sacramentos” (canon 213). Hermanos seminaristas, los sacramentos están unidos al sacerdote, más aún, dependen del sacerdote y negarlos sin razón, es atentar contra el mismo Dios, contra la propia identidad sacerdotal y atentar contra el derecho de los fieles. Por eso es triste cuando el sacerdote se vuelve dueño y no administrador de los sacramentos, como algunos de ustedes dicen: ¡se perdió el caso!

La configuración con Cristo mediante la consagración sacramental sitúa al sacerdote en el seno del Pueblo de Dios, haciéndole participar de un modo específico y en conformidad con la estructura orgánica de la comunidad eclesial en el triple munus Christi. Actuando in persona Christi Capitis, el presbítero apacienta al pueblo de Dios conduciéndolo hacia la santidad. De ahí deriva la " necesidad del testimonio de la fe por parte del presbítero con toda su vida, pero, sobre todo, en el modo de apreciar y de celebrar los mismos sacramentos". Es preciso tener presente la doctrina clásica, reiterada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, según la cual " aún siendo verdad que la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación incluso por medio de ministros indignos, a pesar de ello Dios, de ordinario, prefiere mostrar su grandeza a través de aquellos que, habiéndose hecho más dóciles a los impulsos y a la dirección del Espíritu Santo, pueden decir con el apóstol, gracias a su íntima unión con Cristo y a su santidad de vida: "ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gal 2, 20) ".

Las celebraciones sacramentales, en las que los presbíteros actúan como ministros de Jesucristo, partícipes en manera especial de Su sacerdocio por medio de Su Espíritu, constituyen momentos cultuales de singular importancia en relación con la nueva evangelización. Téngase en cuenta además que para todos los fieles, pero sobre todo para aquellos habitualmente alejados de la práctica religiosa, pero que participan de vez en cuando en celebraciones litúrgicas con motivo de acontecimientos familiares o sociales (bautismos, confirmaciones, matrimonios, ordenaciones sacerdotales, funerales, etc.), estas ocasiones son de hecho los únicos momentos para transmitirles los contenidos de la fe. La disposición creyente del ministro deberá ir siempre acompañada de " una excelente calidad de la celebración, bajo el aspecto litúrgico y ceremonial ", no en busca del espectáculo sino atenta a que de verdad el elemento " humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos" (Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 2).

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:
-        Por el contacto con los sacerdotes en el seminario y las parroquias, y partiendo del nivel donde te encuentras, ¿estás dispuesto a donar tu tiempo, para estar atento a la solicitud y derecho de los fieles? O ¿estás pensando en ser un sacerdote tipo “empleado de gobierno”?

-       Qué te llama más la atención: ¿estar siendo “molestado” en todo sentido por la gente o estar siendo “molestado” por un núcleo pequeño, o sea, esposa e hijos? Pero en ambos casos, escuchando y atendiendo con alegría, a pesar de las situaciones o estados de ánimo muy personales. Trata de visualizar las dos circunstancias.

-       ¿Ves la relación capital entre los sacramentos y la nueva evangelización? Reflexiona

Año de la fe

2011

Seminario Mayor de la Inmaculada
Diócesis de San Vicente, El Salvador

Meditación dirigida nº1
30-marzo-2011

VISITA DEL PAPA BENEDICTO XVI, AL PONTIFICIO SEMINARIO ROMANO MAYOR 
CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE LA VIRGEN DE LA CONFIANZA (4-Marzo-2011)

Entramos ahora en el tema central de nuestra meditación, al encontrar una palabra que nos impresiona de modo especial: la palabra «llamada», «vocación». San Pablo escribe: «comportaos como pide la llamada —de la κλήσις— que habéis recibido» (ib.). Y poco después la repetirá al afirmar que «una sola es la esperanza a la que habéis sido llamados, la de vuestra vocación» (v. 4). Aquí, en este caso, se trata de la vocación común de todos los cristianos, es decir, de la vocación bautismal: la llamada a ser de Cristo y a vivir en él, en su cuerpo. Dentro de esta palabra se halla inscrita una experiencia, en ella resuena el eco de la experiencia de los primeros discípulos, que conocemos por los Evangelios: cuando Jesús pasó por la orilla del lago de Galilea y llamó a Simón y Andrés, luego a Santiago y Juan (cf. Mc 1, 16-20). Y antes aún, junto al río Jordán, después del bautismo, cuando, dándose cuenta de que Andrés y el otro discípulo lo seguían, les dijo: «Venid y veréis» (Jn 1, 39). La vida cristiana comienza con una llamada y es siempre una respuesta, hasta el final. Eso es así, tanto en la dimensión del creer como en la del obrar: tanto la fe como el comportamiento del cristiano son correspondencia a la gracia de la vocación.

He hablado de la llamada de los primeros Apóstoles, pero con la palabra «llamada» pensamos sobre todo en la Madre de todas las llamadas, en María santísima, la elegida, la Llamada por excelencia. El icono de la Anunciación a María representa mucho más que ese episodio evangélico particular, por más fundamental que sea: contiene todo el misterio de María, toda su historia, su ser; y, al mismo tiempo, habla de la Iglesia, de su esencia de siempre, al igual que de cada creyente en Cristo, de cada alma cristiana llamada.

Al llegar a este punto, debemos tener presente que no hablamos de personas del pasado. Dios, el Señor, nos ha llamado a cada uno de nosotros; cada uno ha sido llamado por su propio nombre. Dios es tan grande que tiene tiempo para cada uno de nosotros, me conoce, nos conoce a cada uno por nombre, personalmente. Cada uno de nosotros ha recibido una llamada personal. Creo que debemos meditar muchas veces este misterio: Dios, el Señor, me ha llamado a mí, me llama a mí, me conoce, espera mi respuesta como esperaba la respuesta de María, como esperaba la respuesta de los Apóstoles. Dios me llama: este hecho debería impulsarnos a estar atentos a la voz de Dios, atentos a su Palabra, a su llamada a mí, a fin de responder, a fin de realizar esta parte de la historia de la salvación para la que me ha llamado a mí.

En este texto, además, san Pablo nos indica algunos elementos concretos de esta respuesta con cuatro palabras: «humildad», «mansedumbre», «magnanimidad» y «sobrellevándoos mutuamente con amor». Tal vez podemos meditar brevemente estas palabras, en las que se expresa el camino cristiano. Al final volveremos una vez más sobre esto.

«Humildad»: la palabra griega es ταπεινοφροσυνης. Se trata de la misma palabra que san Pablo usa en la Carta a los Filipenses cuando habla del Señor, que era Dios y se humilló, se hizo ταπεινος, se rebajó hasta hacerse criatura, hasta hacerse hombre, hasta la obediencia de la cruz (cf. Flp 2, 7-8). Humildad, por consiguiente, no es una palabra cualquiera, una modestia cualquiera, algo..., sino una palabra cristológica. Imitar a Dios que se rebaja hasta mí, que es tan grande que se hace mi amigo, sufre por mí, muere por mí. Esta es la humildad que es preciso aprender, la humildad de Dios. Quiere decir que debemos vernos siempre a la luz de Dios; así, al mismo tiempo, podemos conocer la grandeza de que somos personas amadas por Dios, pero también nuestra pequeñez, nuestra pobreza, y así comportarnos como debemos, no como amos, sino como siervos. Como dice san Pablo: «No porque seamos señores de vuestra fe, sino que contribuimos a vuestra alegría» (2 Co 1, 24). Ser sacerdote, mucho más que ser cristiano, implica esta humildad.

«Mansedumbre». El texto griego utiliza aquí la palabra πραΰτης, la misma palabra que aparece en las Bienaventuranzas: «Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5, 4). Y en el Libro de los Números, el cuarto libro de Moisés, encontramos la afirmación según la cual Moisés era el hombre más manso del mundo (cf. 12, 3); y, en este sentido, era una prefiguración de Cristo, de Jesús, que dice de sí mismo: «Soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). Así pues, también la palabra «manso», «mansedumbre», es una palabra cristológica e implica de nuevo este imitar a Cristo. Dado que en el Bautismo hemos sido configurados con Cristo, también debemos configurarnos con Cristo, encontrar este espíritu de ser mansos, sin violencia, de convencer con el amor y con la bondad.

«Magnanimidad», μακροθυμία, quiere decir generosidad de corazón, no ser minimalistas que dan sólo lo estrictamente necesario: démonos a nosotros mismos con todo lo que podamos, y crezcamos también nosotros en magnanimidad.
«Sobrellevándoos con amor». Es una tarea de cada día sobrellevarse unos a otros en su alteridad y, precisamente sobrellevándonos con humildad, aprender el verdadero amor.

PARA REFLEXIONAR

¿Estoy respondiendo a la llamada de Dios con humildad, mansedumbre, magnanimidad y amor con respeto hacia los otros? Le invito a hacer un auto-examen serio, sincero y responsable.

Seminario Mayor de la Inmaculada
Diócesis de San Vicente, El Salvador

Meditación dirigida nº2
4-Mayo-2011
VISITA DEL PAPA BENEDICTO XVI,
AL PONTIFICIO SEMINARIO ROMANO MAYOR 
II PARTE

Ahora demos un paso más. Después de la palabra «llamada» sigue la dimensión eclesial. Hemos hablado ahora de la vocación como de una llamada muy personal: Dios me llama, me conoce, espera mi respuesta personal. Pero, al mismo tiempo, la llamada de Dios es una llamada en comunidad, es una llamada eclesial. Dios nos llama en una comunidad. Es verdad que en este pasaje que estamos meditando (Efesios 4, 1-4) no aparece la palabra εκκλησία, la palabra «Iglesia», pero sí está muy presente la realidad. San Pablo habla de un Espíritu y un cuerpo. El Espíritu se crea el cuerpo y nos une como un único cuerpo. Y luego habla de la unidad, habla de la cadena del ser, del vínculo de la paz. Con esta palabra alude a la palabra «prisionero» del comienzo. Siempre es la misma palabra: «yo estoy en cadenas», «me hallo en cadenas», pero detrás de ella está la gran cadena invisible, liberadora, del amor. Nosotros estamos en este vínculo de la paz que es la Iglesia; es el gran vínculo que nos une con Cristo. Tal vez también debemos meditar personalmente en este punto: estamos llamados personalmente, pero estamos llamados en un cuerpo. Y este cuerpo no es algo abstracto, sino muy real.

En este momento, el seminario es el cuerpo en el que se realiza concretamente el estar en un camino común. Luego será la parroquia: aceptar, soportar, animar toda la parroquia, a las personas, tanto a las simpáticas como a las menos simpáticas, insertarse en este cuerpo. Cuerpo: la Iglesia es cuerpo; por tanto, tiene estructuras, también tiene realmente un derecho (Ejemplo: canon 762: Como el pueblo de Dios se congrega ante todo por la palabra de Dios vivo, tiene absoluto derecho a exigir de labios de los sacerdotes; los ministros sagrados han de tener en mucho la función de predicar, entre cuyos principales deberes está el de anunciar a todos el Evangelio de Dios), y a veces no resulta fácil insertarse. Ciertamente, queremos la relación personal con Dios, pero a menudo el cuerpo no nos agrada. Sin embargo, precisamente así estamos en comunión con Cristo: aceptando esta corporeidad de su Iglesia, del Espíritu, que se encarna en el cuerpo.

Por otra parte, con frecuencia sentimos el problema, la dificultad de esta comunidad, comenzando por la comunidad concreta del seminario hasta la gran comunidad de la Iglesia, con sus instituciones. También debemos tener presente que es muy grato estar en compañía, caminar en una gran compañía de todos los siglos, tener amigos en el cielo y en la tierra, y sentir la belleza de este cuerpo, ser felices porque el Señor nos ha llamado en un cuerpo y nos ha dado amigos en todas las partes del mundo.

He dicho que aquí no aparece la palabra εκκλησία, pero sí aparecen la palabra «cuerpo», la palabra «espíritu», la palabra «vínculo»; y en este breve pasaje se repite siete veces la palabra «uno». Así, percibimos lo mucho que importa al Apóstol la unidad de la Iglesia. Y acaba con una «escala de unidad», hasta la Unidad: uno es Dios, el Dios de todos. Dios es uno, y la unicidad de Dios se manifiesta en nuestra comunión, porque Dios es el Padre, el Creador de todos nosotros y, por eso, todos somos hermanos, todos somos un cuerpo, y la unidad de Dios es la condición, es la creación también de la fraternidad humana, de la paz. Así pues, meditemos también este misterio de la unidad y la importancia de buscar siempre la unidad en la comunión del único Cristo, del único Dios.


PARA REFLEXIONAR

Sinceramente, ¿voy entiendo y aceptando el Cuerpo de Cristo en el que estoy, es decir, este seminario, la diócesis de San Vicente, la parroquias donde ejerzo pastoral? O al contrario, no encajo y por lo tanto, ¿me quejo, decepciono o quisiera otro tipo de realidad eclesial?

¿Soy un seminarista que trato de aceptar a todos los tipos de compañeros con los cuales formo la misma comunidad? O al contrario, ¿sólo con los que conecto afectivamente hago grupo y a los demás los discrimino? 

Seminario Mayor de la Inmaculada
Diócesis de San Vicente, El Salvador

Meditación dirigida nº3
1-junio-2011

VISITA DEL PAPA BENEDICTO XVI,
AL PONTIFICIO SEMINARIO ROMANO MAYOR 
III PARTE

Ahora podemos dar un nuevo paso. Si nos preguntamos cuál es el sentido profundo de este uso de la palabra «llamada», vemos que es una de las dos puertas que se abren sobre el misterio trinitario. Hasta ahora hemos hablado del misterio de la Iglesia, del único Dios, pero se nos presenta también el misterio trinitario. Jesús es el mediador de la llamada del Padre que se realiza en el Espíritu Santo.

La vocación cristiana no puede menos de tener una forma trinitaria, tanto a nivel de cada persona como a nivel de comunidad eclesial. Todo el misterio de la Iglesia está animado por el dinamismo del Espíritu Santo, que es un dinamismo vocacional en sentido amplio y perenne, a partir de Abraham, el primero que escuchó la llamada de Dios y respondió con la fe y con la acción (cf. Gn12, 1-3); hasta el «Heme aquí» de María, reflejo perfecto del «Heme aquí» del Hijo de Dios en el momento en que acoge la llamada del Padre a venir al mundo (cf. Hb 10, 5-7). Así, en el «corazón» de la Iglesia —como diría santa Teresa del Niño Jesús— la llamada de cada cristiano es un misterio trinitario: el misterio del encuentro con Jesús, con la Palabra hecha carne, mediante la cual Dios Padre nos llama a la comunión consigo y, por esto, nos quiere dar su Espíritu Santo; y precisamente gracias al Espíritu podemos responder a Jesús y al Padre de modo auténtico, dentro de una relación real, filial. Sin el soplo del Espíritu Santo la vocación cristiana sencillamente no se explica, pierde su linfa vital.

Y, finalmente, el último pasaje. La forma de la unidad según el Espíritu requiere, como he dicho, la imitación de Jesús, la configuración con él en sus comportamientos concretos. Como hemos meditado, el Apóstol escribe: «Con toda humildad, mansedumbre y magnanimidad, sobrellevándoos mutuamente con amor», y añade que la unidad del espíritu se debe conservar «con el vínculo de la paz» (Ef 4, 2-3).
La unidad de la Iglesia no deriva de un «molde» impuesto desde el exterior, sino que es fruto de una concordia, de un compromiso común de comportarse como Jesús, con la fuerza de su Espíritu. San Juan Crisóstomo tiene un comentario muy bello de este pasaje. Comentando la imagen del «vínculo», el «vínculo de la paz», el Crisóstomo dice: «Es bello este vínculo, con el que nos unimos tanto unos con otros como con Dios. No es una cadena que hiere. No produce calambres en las manos, las deja libres, les da amplio espacio y una valentía mayor» (Homilías sobre la carta a los Efesios 9, 4, 1-3). Aquí encontramos la paradoja evangélica: el amor cristiano es un vínculo, como hemos dicho, pero un vínculo que libera. La imagen del vínculo, como os he dicho, nos remite a la situación de san Pablo, que es «prisionero», está «en vínculo». El Apóstol está en cadenas por causa del Señor; como Jesús mismo, se hizo esclavo para liberarnos. Para conservar la unidad del espíritu es necesario que nuestro comportamiento esté marcado por la humildad, la mansedumbre y la magnanimidad que Jesús testimonió en su pasión; es necesario tener las manos y el corazón unidos por el vínculo de amor que él mismo aceptó por nosotros, haciéndose nuestro siervo. Este es el «vínculo de la paz». En el mismo comentario dice también san Juan Crisóstomo: «Uníos a vuestros hermanos. Los que están así unidos en el amor lo soportan todo con facilidad... Así quiere él que estemos unidos los unos a los otros, no sólo para estar en paz, no sólo para ser amigos, sino para ser todos uno, una sola alma» (ib.).

El texto paulino del que hemos meditado algunos elementos es muy rico. Sólo he podido ofreceros algunas consideraciones, que encomiendo a vuestra meditación. Pidamos a la Virgen María, la Virgen de la Confianza, que nos ayude a caminar con alegría en la unidad del Espíritu. Gracias.

 PARA REFLEXIONAR:
-       ¿Usted se deja guiar por el Espíritu Santo en su vocación? ¿Se resiste al Espíritu Santo cuando El desea hacerle mejor seminarista o cuando le hace ver que no es esta su vocación, y por lo tanto debe elegir otro tipo de vida?

-       ¿Cuáles son los motivos por los que a usted le cuesta crear vínculos de unidad con todos sus hermanos seminaristas, ya sea nacionales y extranjeros? Pida al Espíritu Santo su luz y conducción.

Seminario Mayor de la Inmaculada
Diócesis de San Vicente, El Salvador

Meditación dirigida nª 4
15-junio-2011
CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS CON LOS
SACERDOTES  Y SEMINARISTAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI 

Catedral de la Asunción de la Virgen María y de San Esteban
Domingo 5 de junio de 2011
CROACIA
Queridos sacerdotes, especialmente vosotros, párrocos, conozco la importancia y la multiplicidad de vuestras tareas, en una época en la que la escasez de presbíteros comienza a percibirse seriamente. Os exhorto a no desalentaros, a permanecer vigilantes en la oración y en la vida espiritual para cumplir con fruto vuestro ministerio: enseñar, santificar y guiar a los que están confiados a vuestro cuidado. Acoged con magnanimidad a quien llama a la puerta de vuestro corazón, ofreciendo a cada uno los dones que la bondad divina os ha confiado. Perseverad en la comunión con vuestro Obispo y en la colaboración recíproca. Alimentad vuestro compromiso en la fuente de la Escritura, los Sacramentos y la constante alabanza a Dios, abiertos y dóciles a la acción del Espíritu Santo; así seréis operadores eficaces de la nueva evangelización, que estáis llamados a llevar a cabo junto con los laicos, de manera coordinada y sin confusión entre lo que depende del ministerio ordenado y lo que pertenece al sacerdocio universal de los bautizados. Preocuparos de cuidar las vocaciones al sacerdocio: esforzaos con vuestro entusiasmo y vuestra fidelidad por transmitir un vivo deseo de responder generosamente y sin titubeos a Cristo, que llama a configurarse más íntimamente a Él, Cabeza y Pastor.

A vosotros, jóvenes que os preparáis para el sacerdocio o la vida consagrada, deseo repetiros que el divino Maestro está actuando constantemente en el mundo, y dice a cada uno de los que ha elegido: «Sígueme» (Mt 9,9). Es una llamada que requiere la confirmación cotidiana de una respuesta de amor. Que vuestro corazón esté siempre dispuesto. Que el testimonio heroico del Beato Alojzije Stepinac inspire una renovación de las vocaciones entre los jóvenes croatas. Y vosotros, queridos Hermanos en el episcopado y en el presbiterado, no dejéis de ofrecer a los jóvenes de los seminarios y los noviciados una formación equilibrada, que los prepare para un ministerio bien insertado en la sociedad de nuestro tiempo, gracias a la profundidad de su vida espiritual y a la seriedad de sus estudios.

Meditación dirigida nº5
13-julio-2011

“LA VIDA INTERIOR Y SANTIDAD SACERDOTALES”
ENCUENTRO INTERNACIONAL DE SACERDOTES
EN YAMOUSSOUKRO (COSTA DE MARFIL)
11-julio-1997

I PARTE
Celebramos hoy la fiesta del Abad San Benito y con él celebramos la primacía de la escucha, que debe ser nuestra actitud constante; la primacía del silencio fecundo; la prioridad de la vida interior, único origen del dinamismo pastoral; la prioridad de la conversión cotidiana a nuestra identidad, a aquello que somos y que en cada instante debemos llegar a ser.

Si cada Santo es --como en realidad lo es-- un reflejo de la santidad divina, nosotros percibimos en Benito de Nursia la primacía de lo Absoluto, el sentido de lo esencial.
La divina liturgia, en la oración colecta de hoy, compendia todo esto de manera verdaderamente admirable y ricamente sugestiva: nos hace pedir el poder correr "¡dilatato corde!". Y se puede correr con la condición de "nihil praeponere" al amor de Cristo.

Así ha sido la vida de San Benito: una carrera a corazón abierto hacia el Señor que viene. Así debe ser nuestra vida sacerdotal, en las propias circunstancias de tiempo, de lugar y de cargo; esta debe ser la característica de nuestro sagrado ministerio.
Pero para correr "dilatato corde", es necesario estar fuertemente motivados, necesitamos estar encendidos por aquel fuego de amor que nos estalla entre las manos cada día cuando celebramos la Santa Misa, por aquel fuego que nos inflama cuando somos silenciosos adoradores del Santísimo Sacramento. Únicamente así podremos correr --no sólo caminar, sino correr-- al encuentro de Él que viene, y a Él que viene también como cualquier hermano que, sea o no consciente de ello, necesita de nuestro ministerio, de nuestro ser sacerdotes.

Entonces corramos "dilatato corde" al tan urgente ministerio de las confesiones y de la dirección espiritual, corramos a la cabecera de un enfermo, corramos junto a una familia para pacificar y animar, corramos allí donde haya un sufrimiento que aliviar, una palabra de consuelo que decir, un problema que iluminar con la luz del Evangelio, corramos a todas partes porque Cristo es indispensable para todos: sólo Él es la salvación. (Él no es un "optional", no es "un" camino, "una" verdad, "una" vida, sino "el" Camino, "la" Verdad, "la" Vida! En otros lugares puede haber elementos de verdad, que es necesario valorar pero que en definitiva sólo en Él se encuentran en plenitud. San Agustín, el gran africano que ilumina a la Iglesia universal de todos los tiempos, observa: "Cristo es el puente que une los extremos del camino interrumpido; es la única nave que puede atravesar el mal sin fondo del pecado para unirnos con Dios. ¿Cómo nos podemos permitir olvidarlo si es el único nexo existente?" (en Jn 1,6-14 tr. 2).

Debemos "correr": ¡es la urgencia misionera de cada tiempo y siempre será así hasta que Cristo sea todo en todos!


 PARA REFLEXIONAR:

-         Cuándo escucho la homilía, cuando me dirigen las meditaciones dirigidas, cuando me imparten las meditaciones en los retiros mensuales, ¿tengo actitud de escucha y deseos de crecer espiritualmente o más bien tomo una actitud de altanería intelectual?

-          Con sinceridad, ¿guardo el silencio en la noche en este seminario? ¿si o no? Si contesto no, ¿por qué no lo vivo? ¿por qué me cuesta? ¿en qué está mi mente y en mi corazón?

-          A conciencia, ¿la vida interior y la conversión cotidiana es prioridad en mi vida de seminarista?

-          ¿Corro con el corazón abierto hacia el Señor que viene a mi encuentro?


Meditación dirigida nº6
3-agosto-2011
“LA VIDA INTERIOR Y SANTIDAD SACERDOTALES”
II
PARTE
2. "Correr", pero para correr es necesario tener certezas. Debemos estar bien fundados en las certezas de la razón, en las certezas de la divina Revelación, en las certezas del Magisterio de siempre. Debemos ser los hombres de la certeza y debemos poder dar certezas a los demás. Certezas que tienen su centro en la certeza fundamental, que es la resurrección de Cristo, sin la cual nuestra fe sería vana y vano sería todo nuestro actuar, que se convertiría en golpear el aire.
Por eso me digo a mí mismo y os repito a vosotros: ¿quién más que el sacerdote debe ser el hombre de la certeza?
En una cultura, ya tan generalizada, en la que se privilegia la duda, considerada signo de una mente libre más que estímulo para la búsqueda incansable de la verdad; en la que se privilegia la discusión, a veces transformada en fin de sí misma; en la que se privilegia el diálogo que no tiene como fin deseado la conversión, mientras que las certezas expresarían "dogmatismo", intolerancia y cerrazón; en una cultura así también nosotros sacerdotes estamos expuestos fácilmente a la tentación de ceder ante el miedo a ser considerados integristas, a no ser populares frente a la opinión pública, e incluso ser rechazados por ella. Pero entonces nuestro correr se transforma en un acurrucarse y la gallardía necesaria para nuestro anuncio se debilita, y este se reduce únicamente a los temas de común aceptación y la misionariedad, intrínseca a nuestra identidad, corre el riesgo de desvanecerse o de perder la necesaria integridad.

Si el Divino Maestro hubiera hecho esto, se hubiera puesto de acuerdo con todos, hubiera terminado comiendo con Pilatos, con Anás y Caifás. Todo pacífico, es verdad, pero la humanidad jamás hubiera podido tener la imagen auténtica de la verdad, la claridad del camino y la plena participación en la vida.

La certeza, aunque no sea "a la page" en la cultura mundana corriente, es por sí misma una cualidad positiva del conocimiento y no un defecto! Al contrario, la duda absoluta y el probabilismo, tan lejanos de la justa perseverancia en la investigación y la profundización, son, de por sí, como una enfermedad para el hombre, que ha sido hecho para la verdad. Quien acuse de dogmatismo al sacerdote que predica con humildad las certezas de la fe, en general, en la dialéctica y en los hechos, se revela él mismo depositario de un indiscutible dogmatismo.

PARA REFLEXIONAR:

-          En su actual nivel formativo, ¿considera que está creando certezas? ¿están basadas en la recta razón, en la revelación y el magisterio de la Iglesia? ¿Qué tipo de certezas está forjando usted en su interior?

-          Ante el claro y necesario llamado a exponer la verdad, ¿ante que posturas se inclina? ¿considera su criterio de la exposición de la verdad objetivamente unido al hablar y actuar de Cristo, o más bien recurre al agrado de las personas, al no complicarse la vida o a la “diplomacia”, cuando Dios a conciencia le pide decir o hacer algo concreto?


Meditación dirigida nº7
4-agosto-2011
“LA VIDA INTERIOR Y SANTIDAD SACERDOTALES”
III
PARTE

Nosotros operarios del Evangelio tenemos necesidad de verdades indiscutibles sobre las que apoyar nuestra existencia. Estas verdades fundamentales las poseeremos si el Credo que recitamos se transforma verdaderamente en el punto de referencia de nuestra vida.

La conciencia de la certeza llegará a ser presupuesto y estímulo de nuestra inquietud misionera y de nuestro amor por los hermanos que el Señor pone en nuestro camino, cuando asuma un carácter, no sólo intelectual, sino también existencial. Sólo así se transforma en fuerza propulsora de nuestro "amori tuo nihil praeponentes" y para el cotidiano "viam mandatorum tuorum dilatato corde curramus".

Sólo si estamos dispuestos a vivir existencialmente en nosotros mismos el efecto salvífico de las verdades que creemos en la fe, nuestra vida será verdaderamente comunicativa. Es una transformación que produce en nosotros y en los demás un cambio radical y continuo.

Basta pensar en la Samaritana en el instante en el que conmovida por el anuncio de Cristo, corrió asombrada a anunciar a los demás habitantes de su pueblo: "Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. No será él el Mesías?" (Jn 4,29). El encuentro con Cristo ha sido para ella un acontecimiento que le ha llegado al corazón de su ser. Por eso corre a comunicarlo a los otros. También la experiencia de Pablo describe muy bien la dinámica del anuncio. Detenido en su carrera por Cristo, que se le apareció en el camino de Damasco, se quedó tan profundamente transformado que en todo su comportamiento se transparentará la presencia viva de una memoria: la de haber encontrado a Cristo. Por esto él se coloca siempre, en cualquier cosa que realice, como misionero. De hecho su anuncio es el reverbero sobre los demás de aquello que le había ocurrido y que continuamente, de nuevo, le ocurría.

Toda la predicación de los Apóstoles tiene como fundamento psicológico y existencial la experiencia de su encuentro personal con Cristo Jesús. Cristo, al inicio de su predicación, reúne en torno a sí a los Apóstoles no mediante un discurso intelectual sobre la salvación y sobre la Nueva Alianza, sino a través de una propuesta concreta: la de condividir con Él la vida de cada día: "Jesús, volviéndose, vio a los dos discípulos que lo seguían y les dijo: qué buscáis? Le dijeron: Rabbí dónde moras? Les dijo: Venid y ved" (Jn 1,38-39).



PARA RELEXIONAR:

1.    ¿Usted día a día se está esforzando por profundizar, asimilar y aplicar las verdades aprehendidas tanto en clases como en la formación en general en su propia vida? ¿Esas verdades forman y están formando parte de su existencia o solo son accesorios para aparentar ante la gente?

2.    Actualmente, ¿se considera un hombre que transmite convicción, seguridad y firmeza en las verdades de fe a las demás personas?

3.    Sinceramente ¿Qué entiende usted por vida sacerdotal? Olvídese de los libros, predicaciones, debates doctrinales o teológicos. Dé su visión, partiendo de sus pensamientos elaborados a través de la observación y la experiencia. Le hago esta pregunta, porque toda nuestra ministerial desde la ordenación hasta la muerte como ordenado, se apoyará sobre esta gran y primera verdad fundamental: “soy sacerdote”. Depende de lo que entienda como sacerdote y todo lo que conlleva, así usted vivirá su existencia marcada por este SELLO INDELEBLE Y CONFIGURANTE. No lo olvide, porque en esto estará su felicidad o desgracia.

Meditación dirigida nº 8
14-Septiembre-2011

“LA VIDA INTERIOR Y SANTIDAD SACERDOTALES”
IV
PARTE

San Benito, con su vida y con su sapientísima Regla, nos recuerda que si no existe un nexo existencial entre aquello que queremos transmitir a los demás y lo que nos ha ocurrido a nosotros, es decir, un nexo entre la verdad anunciada y la experiencia por nosotros vivida, nuestro testimonio no es totalmente verdadero y pierde eficacia pastoral.

Confrontar como ejemplos: Juan 4, 1-42; Salmo 33; Salmo 102.
Las misiones y la evangelización no son cuestión de publicidad y de "marketing", como tampoco lo son el incremento de las vocaciones sacerdotales y de especial consagración. No! Es cuestión de verdad, de contenidos, de identidad, de oración, de penitencia, de santidad. Es el ámbito de la Gracia!

El cristianismo, la "plantatio" y el crecimiento de la Iglesia (que es Cristo mismo dilatado en el tiempo) no depende de las mesas redondas, de las convenciones, de las técnicas --aunque rectamente utilizadas, puedan ser incluso necesarias-- porque se trata de una vida nueva. El cristianismo se comunica cuando esta vida nueva se transmite de persona a persona. He aquí porqué, en medio de todas las dificultades que encontramos en el mundo contemporáneo, quisiera gritar con todas mis fuerzas, que la Iglesia en camino hacia el Tercer Milenio tiene una sola necesidad: Santos y, sobre todo, ¡sacerdotes Santos! Y nosotros debemos llegar a serlo. ¿Utópico? No, al contrario, ¡realista!

Basta con que cada día nos abramos, sin oponer resistencia, a la gracia, para llegar a ser lo que ya somos. Además basta ser testigos de nuestra identidad para que todos seamos misioneros sumamente dinámicos, para hacer fructificar la tarea pastoral para la que hemos sido creados.

¿Qué hizo San Benito, obrero formidable de la civilización cristiana? No ha hecho sino orar y obedecer, sin anteponer nada jamás al amor de Cristo.

PARA REFLEXIONAR:

-       En el nivel formativo y en la etapa de vida en la cual se encuentra actualmente, ¿cómo considera el nexo entre la verdad que usted anuncia y la experiencia que vive en relación a ese anuncio?


-       En el contacto con otras personas, ¿usted se considera un comunicador efectivo del cristianismo o al contrario, un motivo más para desanimarse con respecto a los miembros de la Iglesia?

-       ¿Esta siendo consciente en el seminario por el contacto con la parroquia a la cual ha sido enviado, que el vivir en gracia es lo central en el quehacer pastoral? o ¿es de los que están confiando más en la técnica, la capacidad intelectual y en las habilidades humanas?


 Meditación dirigida nº 9
21-Septiembre-2011

“LA VIDA INTERIOR Y SANTIDAD SACERDOTALES”
V
PARTE

Estimados seminaristas, hemos llegado al final de la secuencia de meditaciones bajo un mismo tema, desarrollados en cinco partes por su servidor. Ahora, en esta última parte, enfatizamos algunas ideas a manera de conclusión.

Corramos, por tanto, hermanos y amigos, libres de cualquier condicionamiento, sin anteponer nada al amor de Cristo, interiormente unificados, realizando todo ¡"ut in omnibus glorificetur Deus"!

Esta frase nos recuerda lo que dijo San Pablo: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia,  la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? (Romanos 8, 35). San Pablo expones aspectos materiales y situaciones difíciles, donde cualquier ser humano bien podría dejar de optar por Cristo, pero el apóstol nos hace ver que cuando soy consciente del amor total de Cristo hacia mi, yo ya no lo comparo ni lo nivelo con otra creatura. En esto consiste la famosa transfiguración con Cristo en la Ordenación Sacerdotal: “hay una unificación armónica en mi interior entre El y yo”, y si esto es existencial, parte de nuestra vida práctica, todo será para la mayor gloria de Dios, habrá autentica efectividad pastoral. Hasta en lo más cotidiano desearemos glorificar a Dios, aunque parezca exagerado a los ojos de otros.

Seamos nosotros mismos, es decir, sacerdotes cien por ciento, con nosotros mismos, con los demás, en todo lugar y circunstancia, en nuestro interior y en el modo de presentarnos; seamos signos claros, inconfundibles y coherentes, humildemente orgullosos del carácter que hay en nosotros, fieles a la Iglesia Madre y al Magisterio, siempre al servicio del primado de Dios, en el que únicamente está el verdadero bien de cada hombre. He aquí nuestra primera y fundamental tarea de cara a la nueva evangelización. Así ella no será para nosotros un "slogan", sino una realidad.

Las palabras de Monseñor Darío que dicen: “Seamos nosotros mismos”, al momento de meditarlas, en lo personal me han iluminado bastante. Ante el pensamiento de hermanos sacerdotes en oposición a aquellos que se presentan externamente: con gestos, con el vestuario, con lo estricto, etc., diciendo: “los más socaditos a veces son los más malos o tienen elementos de maldad en su vida, por eso, mejor nos comportamos como lo que somos”. Ese comportémonos como nosotros mismos, puede llegar a ser una trampa, pues en muchas ocasiones conlleva elementos de anti-testimonio. Ante esto hay que preguntarse: ¿Qué soy yo? Y respondo con firmeza: ¡Soy seminarista! ¡Soy sacerdote!

Yo me he cuestionado varias veces cuando veo doctores, enfermeras, militares, ingenieros, vendedores de lugares prestigiosos, artistas, etc., del como se sienten orgullosos de ser lo que son, mostrándolo con sus palabras, actitudes y vestuario incluso, mientras nosotros los sacerdotes e inclusos seminaristas, a veces como que nos avergonzamos de ser lo que hemos elegido ser… ¿Por qué? Aquí creo que hay “tela para cortar”, de momento lo dejamos para una consideración ulterior.
El padre Alberto Barrera nos dijo a los padres jóvenes en una charla: “Padres, si no cree que debe ser igual a todos, terminaremos siendo como todos” (15-Junio-2011).

La coherencia cuesta, pero es lo único que recompensa en fecundidad y en verdadera felicidad. Si perseveramos en el seguimiento de Cristo Sacerdote, en la eternidad estaremos en el número de aquellos que "siguen al Cordero adondequiera que va" (Ap 14,4) para gozar su felicidad.
Veamos el ejemplo de sacerdotes diocesanos pastoral-apostólicamente fecundos y muy, muy felices, gracias a la vivencia de su nueva identidad, como el beato Juan Pablo II, Monseñor Romero, San Mateo que hoy celebramos.

En el Apocalipsis Cristo, dirigiéndose al Obispo de Pérgamo, recuerda a Antipas que murió por el Evangelio y, con palabras conmovidas, lo llama "mi fiel testigo" (Ap 2,13). No puede pasarnos desapercibido el hecho de que así Cristo atribuye a Antipas su propio título de Testigo fiel. ¡Mi fiel testigo! Vale la pena dar todo, renunciar a todo, incluso a la vida, para merecer esta alabanza de la boca de Cristo. ¡Si, vale la pena!

PARA REFLEXIONAR:

-       Como seminarista, a medida que voy avanzando en la formación sacerdotal, ¿voy dejando poco a poco aquello que se antepone al amor de Cristo?, o al contrario ¿voy pensando y soñando en todo lo que puedo obtener valiéndome del sacerdocio, mundanamente hablando?

-       Desde el punto de vista de la configuración con Jesucristo sacerdote, ¿qué estoy entendiendo por ser uno mismo ante los demás?

-       ¿Me avergüenzo qué las personas o ciertas personas se den cuenta que soy seminaristas, futuro sacerdote? ¿Por qué me esfuerzo o busco escapes rápidos para que mi identidad de seminarista no sea conocida o reconocida? ¿Por qué me aflijo? ¿por qué me apeno? Claro, esto en el caso de estar en está situación.

-       ¿Poco a poco me estoy convenciendo de la necesidad de la coherencia de vida, aceptada libre y amorosamente?
Finito

Meditación dirigida nº 10
12-Octubre-2011

BEGEGNUNG MIT DEN SEMINARISTEN
ANSPRACHE VON PAPST BENEDIKT XVI

"Collegium Borromaeum", 
Erzbischöfliches Priesterseminar zu Freiburg im Breisgau
Samstag, 24 September 2011.

Queridos seminaristas,
queridos hermanos y hermanas

Es una gran alegría para mí poder encontrarme aquí con jóvenes que se encaminan para servir al Señor; que escuchan su llamada y quieren seguirlo. Quisiera agradecer calurosamente, en particular, la hermosa carta que me han escrito el Rector del seminario y los seminaristas. Me ha llegado verdaderamente al corazón comprobar cómo habéis reflexionado sobre mi carta y habéis desarrollado vuestras preguntas y respuestas sobre ella; con cuánta seriedad acogéis lo que he intentado proponeros, y sobre esa base procedéis en vuestro propio camino.

Sería ciertamente más bello si pudiéramos tener juntos un diálogo, pero el horario del viaje al que estoy obligado y he de obedecer, por desgracia no lo permite. Puedo solamente por tanto tratar de subrayar una vez más algunas ideas a la luz de lo que habéis escrito y de lo que yo escribí.

En el contexto de la pregunta: ¿A qué se debe el seminario; qué significa este período?, me impresiona sobre todo cada vez más el modo en que san Marcos, en el tercer capítulo de su Evangelio, describe la constitución de la comunidad de los Apóstoles: «El Señor instituyó doce». Él crea algo, Él hace algo, se trata de un acto creativo. Y Él los instituyó «para que estuvieran con Él y para enviarlos» (Mc 3,14); éste es un deseo doble que, en cierta medida, parece contradictorio. «Para que estuvieran con Él»: han de estar con Él para llegar a conocerlo, escucharlo, para dejarse plasmar por Él; deben ir con Él, estar en camino con Él, en torno a Él y tras Él. Pero, al mismo tiempo, han de ser enviados que van, que llevan fuera lo que han aprendido, lo llevan a los otros que están en camino: a la periferia, en el vasto entorno, e incluso también a los que están muy lejos de Él. Sin embargo, estos aspectos paradójicos van juntos: si están realmente con Él, entonces están siempre en camino hacia los otros, están en busca de la oveja extraviada; entonces van allí, han de transmitir lo que han encontrado, darlo a conocer, convertirse en enviados. Y viceversa: si quieren ser verdaderos enviados, tienen que estar siempre con Él. San Buenaventura dijo una vez que los Ángeles, vayan donde vayan, por más lejos que sea, se mueven siempre dentro de Dios. Así ocurre también aquí: como sacerdotes, hemos de salir a los diversos caminos en que se encuentran los hombres, para invitarlos a su banquete nupcial. Pero sólo podemos hacerlo permaneciendo siempre junto a Él. Y aprender esto, esta combinación entre salir fuera, ser enviados, y estar con Él, permanecer junto a Él, es precisamente – creo – lo que hemos de aprender en el seminario. El modo justo de permanecer con Él, el echar raíces profundas en Él – estar cada vez más con Él, conocerlo cada vez más, el mantenerse cada vez más sin separarse de Él – y al mismo tiempo salir cada vez más, llevar el mensaje, transmitirlo, no quedárselo para sí, sino llevar la Palabra a los que están lejos y que, sin embargo, en cuanto criaturas de Dios y amados por Cristo, llevan en el corazón el deseo de Él.

El seminario, pues, es un tiempo para ejercitarse; ciertamente, también para discernir y aprender: ¿Quiere Él esto para mí? La vocación tiene que ser verificada, y de esto forma parte la vida comunitaria y naturalmente el diálogo con los directores espirituales que tenéis, para aprender a discernir cuál es su voluntad. Y también aprender a confiar: si Él lo quiere verdaderamente, puedo confiarme a Él. En el mundo de hoy, que se transforma de manera increíble y en el que todo cambia continuamente, en el que los lazos humanos se rompen porque se producen nuevos encuentros, es cada vez más difícil creer: yo resistiré toda la vida. Ya en nuestros tiempos, no era fácil para nosotros imaginar cuántos decenios habría querido concederme Dios, cuánto cambiaría el mundo. ¿Perseveraré con Él, tal como se lo he prometido?... Es una pregunta que exige verificar la vocación, pero luego – cuanto más reconozco: sí Él me quiere – también la confianza: si me quiere, también me ayudará; en la hora de la tentación, en la hora del peligro, estará presente y me dará personas, me enseñará caminos, me apoyará. Y la fidelidad es posible porque Él siempre está presente, y porque Él existe, ayer, hoy y mañana; porque Él no pertenece solamente a este tiempo, sino que es futuro y puede sostenernos en cada momento.


2010

MEDITACIÓN DIRIGIDA A LOS SEMINARISTAS MAYORES

Miércoles 19 de Enero 2010. Número 1.

Ahora iniciamos en nuestro seminario las meditaciones dirigidas, con el fin de fortalecer su espiritualidad e incentivar su relación personal con Dios, que le ha llamado a ser su servidor en este mundo tan necesitado de El.

Con los otros padres formadores decidimos comenzar las meditaciones con el tema de la vocación, pues consideramos que con ello empieza todo el caminar con el Señor y para el Señor. Esta meditación la desarrollaré alrededor de cuatro ideas fundamentales:
-          La vocación. El llamado directo de Jesús a seguirle.
-          ¿Para qué has sido llamado?
-          ¿Cuál debe ser la actitud del que es llamado?

1.    La vocación. El llamado directo de Jesús a seguirle.
Tomaremos como base el Evangelio de San Lucas 9, 57 que dice: “Mientras iban de camino, alguien le dijo: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas”. Jesús le contestó: “Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza”. Jesús dijo a otro: “Sígueme”. El contestó: “Señor, deja que me vaya y pueda enterrar primero a mi padre”. Jesús le dijo: “Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve a anunciar el Reino de Dios”.

Después de haber sido bautizado Jesús por Juan en el río Jordán, se va al desierto a hacer ayuno y oración, para luego “volver a galilea con el poder del Espíritu” (Lucas 4, 1), para comenzar oficialmente su vida publica, para cumplir la misión encomendada por su Padre Dios. Si seguimos el evangelio de Lucas, observaremos como la elección de los Apóstoles es de las primeras acciones importantes que realiza, basta ver el capitulo 5. Jesús después de estar en el desierto para a predicar a la sinagoga (4, 16ss), sana a un endemoniado (4, 31ss), sana a la suegra de Simón (4, 38ss) y por último, realiza la pesca milagrosa donde comienza el llamado de sus elegidos. Comienza solo Jesús pero prontamente quiere colaboradores estrechos a su persona y a su obra.

Volviendo al texto de San Lucas 9, 57, observamos dos situaciones. En la primera un hombre se ofrece a seguir a Jesús, pero El lo rechaza; en la segunda, Jesús llama pero el hombre le pone justificaciones. Estimados seminaristas, Jesús llama a todo mundo a seguirle, pues El ha venido para que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Timoteo 2, 4-5). Jesús quiere hombres y mujeres que sigan su estilo de vida; pero, solo a unos pocos elige para ser sus cercanos, sus seguidores en el ministerio. Dichosos todos aquellos elegidos por Jesús en su tiempo, a través de los tiempos y ahora a ti. Entonces saquemos dos afirmaciones: Jesús toma la iniciativa de elegir al que quiere y ese elegido es un dichoso, es especial con toda la palabra por ser seleccionado por el mismo Dios y hombre: Jesucristo.

2.    ¿Para qué has sido llamado?
En la pesca milagrosa de Lucas 4, 1-11, Jesús primero se sube a la barca para enseñar, luego pide a Pedro que lleve la barca mar adentro y lance las redes. Después de las lanzar las redes sacan una multitud de peces, ante esto Pedro se reconoce indigno de estar ante su presencia. Versículos 10-11: “No temas; en adelante serás pescador de hombres”. Enseguida llevaron sus barcas a tierra, lo dejaron todo y siguieron a Jesús”.

Hay que ver la manera para elegir de Jesús: se pone a predicar para que Simón Pedro se animará por el testimonio, luego se introduce en el contexto de la profesión de Pedro para valerse de ello, hacer el milagro como señal, concluyendo con la finalidad de hacer todo esto ante sus ojos.

Estimados seminaristas, Jesús se introdujo en su realidad concreta (breves ejemplos), les ha puesto señales concretas (breves ejemplos), y te dice claramente para que te quiere. TE QUIERE PARA SER PESCADOR DE HOMBRES. Hermano seminarista, esto es una CONVICCIÓN, métetela bien en tu cabeza, medítala en el corazón y que todos tus actos libres giren alrededor de ello. Di siempre: “este estudio, esta disciplina, esta formación, etc., la haré con gusto e intensidad porque me ayudará a ser pescador de hombres”. Animo que este sea tu propósito en este 2010 y en toda tu bella formación sacerdotal.

3.    ¿Cuál debe ser la actitud del llamado?
Quedémonos con San Lucas  4, 11, o sea, el final de la pesca milagrosa: “Enseguida llevaron sus barcas a tierra, lo dejaron todo y siguieron a Jesús”.

La semana pasada hicieron los ejercicios espirituales basados en san Ignacio de Loyola. San Ignacio dice que los Ejercicios Espirituales “preparan y disponen el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y después de quitadas buscar y hallar la voluntad de Dios” (Anotación 2 EE).  Es decir, si quieren ser sacerdotes auténticos de Cristo, ministros fructíferos, hombres de Dios, pescadores de hombres, felices de estar configurados con El, DEJEN TODO, o propónganse a ir dejando todo aquello que no va con su futuro ministerio y si con el deseo de Jesús. “Los seminaristas, con recta intención y al margen de cualquier otro interés, aspiren al sacerdocio movidos únicamente por la voluntad de ser auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo que, en comunión con sus Obispos, lo hagan presente con su ministerio y su testimonio de vida” (Benedicto XVI). Es posible que alguna persona e incluso padre diga que es exagerado, pero el evangelio es claro en que Jesús pide radicalidad en su seguimiento. No lo olviden.

María Santísima nuestra Madre nos ayude a ser ir ratificando su privilegiada elección.


MEDITACIÓN DIRIGIDA A LOS SEMINARISTAS MAYORES

Miércoles 3 de Marzo 2010. Número 2.

LA OBEDIENCIA EN LA SAGRADA ESCRITURA

La Palabra de Dios llama a toda la creación a la existencia, y ésta le obedece con alegría.
Leer Baruc 3, 32-35.

Así todas las criaturas acuden a la voz de Dios y ocupan su puesto en la armonía del cosmos. El señor ha querido que una de sus criaturas sea entre ellas el sacerdote, que le dé gloria a su creador, por medio de su conciencia y su libertad, prestándole su voz a la belleza muda. El hombre ha rechazado la obediencia; en su orgullo, ha querido ser Dios.

La obediencia es la sumisión del hombre a la voluntad de Dios, la ejecución de un mandato cuyo precio y sentido no siempre captamos. Esta obediencia es el fruto de la fe que se adhiere a Dios por El mismo y se somete a toda Palabra de Dios, entrando así en el designio que El trazó en la historia del mundo. Fe y obediencia son correlativas.

Abrahán
Primer relato de obediencia a Dios en la Sagrada Escritura.
Para salvar al mundo caído, Dios ha suscitado la fe de Abrahán y la ha purificado pasándola por la criba de la obediencia
“Sal de tu país· (Gn 12, 1).
“Camina en mi presencia y sé perfecto” (Gn 17, 1).
“Toma a tu hijo (…), ofrécelo en holocausto” (Gn 22, 2). Toda la existencia de Abrahán reposa en la Palabra: él camina constantemente hacia la promesa que siempre se oculta y se aleja; debe realizar acciones que le tocan el corazón y cuyo sentido se le escapa. Dios lo tienta; después reconoce en aquél el eco de su propio corazón: “Tu no me has rehusado a tu hijo, tu único hijo” (Gn 22, 16).


MEDITACIÓN DIRIGIDA A LOS SEMINARISTAS MAYORES

Miércoles 24 de Enero 2010. Número 3.

LAS CUALIDADES QUE DEBE TENER NUESTRA OBEDIENCIA

Los superiores nos transmiten la voluntad de Dios, y nosotros les debemos una obediencia llena de reverencia y de humildad, y recibimos sus mandatos en espíritu de fe y de amor, como de la mano de Dios. Una vez recibida la orden, hacemos nuestra la voluntad de Dios. No somos un bastión inerte en las manos de su dueño. Nuestra obediencia es una obediencia humana, propia de un hombre libre, una “sumisión voluntaria”, no la obediencia obligada del esclavo; una obediencia responsable y activa, tanto en el cumplimiento del mandato como en las iniciativas  a tomar.

Así pues, para el cumplimiento de las ordenes aportamos, con alegría y seriedad, todas “las fuerzas de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad, todos los dones de la gracia y de la naturaleza”. Nada de una obediencia pasiva o maquinal que debemos vigilar constantemente e incesantemente superar. Nos metemos en ella con todo y lo podemos hacer, pues la obediencia nos da la certeza de trabajar, según el designio de Dios, en la edificación del cuerpo de Cristo.

            La libertad de la obediencia, ed. San Pablo, pp. 60-61:
La obediencia no es una dejación de la responsabilidad del hombre ante su vida y su acción. Es una luz que lo ilumina sobre lo que el Señor quiere de él, aquí y ahora, sobre su misión en la realización del inmenso designio de Dios.

El que obedece escoge libremente seguir esta luz – puede también rechazarla-. Pone toda su energía en realizar esta voluntad con la cual coincide la suya propia. Permanece responsable de todos sus actos. No le es permitido hacer cualquier cosa, y mucho menos el mal, sin discernimiento, simplemente porque sus superiores se lo ordenaron (justificación dada con tanta frecuencia por boca de los criminales de guerra en Nüremberg y en otras partes). Del mal que hagamos nosotros somos los responsables. Esto implica un juicio previo a toda orden recibida.

Una obediencia ejercida así conduce a la madurez humana, a lo opuesto a una anarquía personal que es sino una esclavitud a las pasiones e influjos exteriores, y es lo opuesto a una pasividad infantil que busca en la obediencia una escapatoria a las exigencias de la vida y de la libertad. Por medio de la conformidad activa a la voluntad de Dios, que es la verdad y el bien de nuestro ser, realizada en nuestra vida, poco a poco nuestra voluntad se forma en esta escuela


MEDITACIÓN DIRIGIDA A LOS SEMINARISTAS MAYORES

Miércoles 24 de Marzo 2010. Número 3.

                                            LA OBEDIENCIA DE MARÍA

La meditación de la obediencia de María va a abrirnos perspectivas sobre una actitud profunda que sobrepasa la noción estricta de la obediencia para englobar los conceptos de humildad, virginidad y abandono.

Sin duda, encontramos en María, la obediencia de una joven pueblerina a las leyes y costumbres, familiares y sociales, de un medio de vida protegido y religioso. Las tradiciones de su pueblo modelaron su piedad, su sensibilidad y su visión del mundo. Pero de repente, se le exige otra obediencia en respuesta a una Palabra única de Dios, a un destino misterioso: LEER Lc 1. 30-38.

La respuesta de María es inseparablemente un acto de fe y un acto de obediencia. El ángel no dice: “¿Quieres ser madre?, sino “Concebirás”. Afirma un hecho futuro, no una hipótesis, “si tú quieres”, de tal consentimiento de María se da por descontado. San Bernardo, en uno de sus escritos, pinta un cuadro dramático de la humanidad que está suspendida de la respuesta de María, porque su destino depende de esa respuesta. La nota no corresponde al sentido obvio del texto. María no titubea ante el inmenso favor que se le ofrece. Ella no comprende cómo podrá realizarse, pero tiene la seguridad de que el poder del Altísimo realizará este misterio de vida en ella; ella da inmediatamente su consentimiento. Más aún expresa la fuerza de su deseo: que sea así, “hágase en mí según tu palabra”. No hay por qué ver aquí una triste resignación, sino la expresión de un deseo ardiente y alegre. LEER Lc 1, 46-48.

La obediencia de María aparece como el acceso a un misterio que la envuelve, la penetra y la hace fecunda de una vida nueva. Como nueva Eva, ella consciente en ello en la fe y la alegría, como un don maravilloso. Cuáles eran las consecuencias de su “sí” a lo largo del tiempo, no las conoce sino muy oscuramente. Para ella, Dios, salvador y fiel, baja al templo de su cuerpo, en medio de su pueblo, como lo había prometido a Abrahán y  a los Patriarcas. Su obediencia es la acogida activa del amor por parte de una mujer, la fe en Aquel que viene a ella en su misericordia, el abandono consciente en la vida, el deseo del Hijo, cuyo nombre ya lo hace presente, pero cuyo rostro sólo el tiempo lo revelará.

La constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II habla de una “peregrinación” de la fe de María.
El “si” de María va acompasando cada etapa.
“Sí” a las palabras tan desconcertantes para ella del adolescente de doce años en el templo, que se proclama otro, Hijo de su Padre celestial, y preocupado ante todo por los asuntos de su Padre, a expensas de sus lazos naturales (cf. Lc 2, 41-51).
“Sí” a la partida de su Hijo de Nazareth para entregarse a la predicación del reino.
“Sí” a la enseñanza que da Jesús sobre el reino y sobre sí mismo. Ella es la que reflexiona con inteligencia (cf. Lc 1, 29), la que escruta los acontecimientos en su corazón (cf. Lc 2, 19 y 51).
“Sí” por tanto de María al rompimiento de los lazos familiares que Jesús ya había vivido primero antes de exigírselo a sus discípulos (cf. Mt 10, 37).

Solo cuentan los lazos creados por la adhesión a la Palabra de Dios y a la ejecución de su voluntad. Esto no menosprecia a María, pero sí manifiesta la verdadera fuente de su dignidad y de su maternidad. Como decían los Padres, ella concibió en su corazón por su fe antes de concebir en su cuerpo. En María todo es “sí” a Dios, Ella es “la que ha creído”, según la exclamación de Isabel (Lc 1, 45).

Al pie de la cruz, María tiene que renunciar con fe y obediencia a su Hijo Jesús, para que nazca el Cristo total. Ella se convierte gracias a ello, en una multitud de hijos. “He ahí tu Madre” (Jn 19, 28).

Su exaltación a la derecha de su Hijo será la recompensa de su participación en la obediencia de su Hijo hasta la muerte, por la salvación de los hombres.

PARA QUE REFLEXIONES:

-          En tu vida personal, cristiana y vocacional, ¿esta unida la fe y la obediencia?
-          ¿Tu obedeces solo por avanzar en la formación? o ¿estás convencido que la obediencia te dará libertad y felicidad en el vivir y actuar?
-          ¿Estás convencido que la obediencia a Dios y a sus representantes, te va abrir las puertas a innumerables bendiciones y a obras grandes y efectivas?
-          Hazte propósitos serios en relación con la obediencia gozosa y consciente de María.

XXX Aniversario de la muerte de Mons. Romero

MEDITACIÓN DIRIGIDA A LOS SEMINARISTAS MAYORES
El Consejo evangélico de la pobreza

Nadie puede ser santo si está interiormente esclavizado a bienes terrenos. Es más, según San Agustín lo último y lo más difícil de la santidad es ese amor a la pobreza y la renuncia a los bienes. ¿Y por qué? Porque la codicia y el apego a las cosas materiales son los mejores argumentos del diablo. Una de las heridas que dejó el pecado original en nuestra naturaleza es el impulso desordenado a poseer. Ese impulso irracional hace apegarnos a bienes pasajeros, nos hace creer que es indispensable vivir rodeados de mil comodidades. Nos apega desordenadamente a lo terreno, nos amarra a valores que no son esenciales. San Pablo llama por eso al afán de poseer “la raíz de todos los males” (1 Tim 6,10) y el Eclesiástico dice que “los codiciosos son como perros hambrientos que nunca se sacian”.



¿Cuál es, entonces, el sentido de nuestro espíritu de pobreza? Me parece que el sentido principal es: no atarnos a las cosas, para poder ser libres para Dios y, a la vez, ser libres para los hermanos.



Llenarnos de Dios. El primer sentido de nuestra pobreza es: no llenarnos de las cosas de este mundo, sino llenarnos de Dios, ser libres para Dios, no obstaculizar el paso de Dios por nuestra vida, y por el mundo. Porque nuestra riqueza es Dios y su Reino y por eso no necesitamos otras riquezas. “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de Dios” (Lc 6,20).


Ser pobre es, por eso, ser libre del propio yo. Es ser libre de todas las cadenas o barreras que pone mi egoísmo. El pobre es el hombre capaz de amar. Porque en su corazón hay espacio para Dios y para los demás. Por eso tenemos que romper esas barreras que nos impiden salir de nosotros mismos, de nuestro mundo estrecho. Santidad es desprenderse de sí mismo. Tenemos que romper esas barreras, para poder abrirnos al mundo que nos rodea y para entregarnos a Dios y a los hermanos. 

Grados de pobreza. Existen tres grados de pobreza y podemos saber fácilmente dónde nos encontramos y qué pasos nos hacen falta dar para llegar a la altura de este Consejo evangélico.

1. Saber renunciar a lo superfluo. Por un amor sencillo y auténtico a Dios, renunciar voluntariamente a cosas superfluas. Lo superfluo se entiende como aquello que no corresponde a mi estado de vida o mi nivel social.
¿Qué cosas son superfluas para mí? Nadie me responderá a esta pregunta. Sólo yo mismo podré dar la respuesta.

2. Saber renunciar a lo necesario. No se trata de lo necesario para la existencia, sino otra vez de lo que yo creo necesario según mi estado de vida y mi nivel social.
¿Nos sentimos capaces de renunciar a cosas necesarias en ese sentido? Y también aquí, esa actitud tiene que partir de un auténtico amor a Dios y a los demás.

3. Conquistar una actitud de mendigo ante Dios. Soy consciente de mi total dependencia de Dios. Aplicado a la pobreza significa: Mis cosas y mis bienes son propiedad de Dios; Él me los ha prestado. Soy simplemente su administrador. 
Esta actitud de mendigo es el grado más alto de pobreza: libertad interior frente a todas las cosas materiales. Dios puede hacer conmigo lo que Él quiere. Y yo quiero ser tratado como mendigo.

Para San Ignacio de Loyola “indiferencia” es “disponibilidad”, o “abandono” –no en el sentido de pereza o dejadez, sino el abandono en manos de Dios-. Es decir, es un desapego de nuestro propio ‘querer’, para ‘querer lo que quiere Dios’. Indiferencia es la disponibilidad para conocer la voluntad de Dios y seguirla. Nadie “es” indiferente, sino que debemos “hacernos” indiferentes.

    La regla ignaciana dice “el hombre ha de usar de las cosas cuanto le ayudan y tanto debe quitarse de las cosas cuanto le impidan para el fin para el cual ha sido creado”. ¿Qué significan ‘las cosas’ para San Ignacio? No son solo las cosas materiales sino también las personas, las instituciones, y también los pensamientos, sentimientos, los movimientos espirituales interiores. Es necesario hacernos indiferentes, disponibles a todas las cosas creadas de tal manera que no queramos de nuestra parte, en lo que de nosotros depende, más riqueza que pobreza, honor que deshonor, etc. Siempre uno elige o discierne entre dos cosas.

Pero entonces Él me los puede quitar otra vez. Esta actitud de mendigo es el grado más alto de pobreza: libertad interior frente a todas las cosas materiales. Dios puede hacer conmigo lo que Él quiere. Y yo quiero ser tratado como mendigo.



Preguntas para la reflexión

1. ¿Cómo vivo el Consejo Evangélico de la pobreza?

2. ¿Qué acción concreta realizo por los demás?

3. ¿Me angustia perder algunos bienes materiales?


28-Abril-2010


MEDITACIÓN DIRIGIDA A LOS SEMINARISTAS MAYORES

Miércoles 26 de Mayo 2010. Número 5.

Benedicto XVI
Audiencia general
Plaza de San Pedro
miércoles 5 de mayo de 2010


“MUNUS SANCTIFICANDI”
I PARTE

Queridos seminaristas mayores de la Inmaculada, ya próximos a la clausura del año sacerdotal, quiero desarrollar la catequesis sobre el “munus sanctificandi”, expuesta por el Papa Benedicto XVI. La he dividido en cuatro partes, las cuales desarrollaré en los miércoles que me toque dirigirles la meditación.

Hoy, en esta catequesis, quiero volver a recordar las tareas específicas de los sacerdotes, que, según la tradición, son esencialmente tres: enseñar, santificar y gobernar. En una de las catequesis anteriores hablé sobre la primera de estas tres misiones: la enseñanza, el anuncio de la verdad, el anuncio del Dios revelado en Cristo, o —con otras palabras— la tarea profética de poner al hombre en contacto con la verdad, de ayudarlo a conocer lo esencial de su vida, de la realidad misma.

Hoy quiero reflexionar brevemente con vosotros en la segunda tarea que tiene el sacerdote, la de santificar a los hombres, sobre todo mediante los sacramentos y el culto de la Iglesia. Aquí, ante todo, debemos preguntarnos: ¿Qué significa la palabra «santo»? La respuesta es: «Santo» es la cualidad específica del ser de Dios, es decir, absoluta verdad, bondad, amor, belleza: luz pura. Santificar a una persona significa, por tanto, ponerla en contacto con Dios, con su ser luz, verdad, amor puro. Es obvio que esta relación transforma a la persona. En la antigüedad existía esta firme convicción: nadie puede ver a Dios sin morir en seguida. La fuerza de verdad y de luz es demasiado grande. Si el hombre toca esta corriente absoluta, no sobrevive. Por otra parte, también existía la convicción de que sin un mínimo contacto con Dios el hombre no puede vivir. Verdad, bondad, amor son condiciones fundamentales de su ser. La cuestión es: ¿Cómo puede el hombre encontrar ese contacto con Dios, que es fundamental, sin morir arrollado por la grandeza del ser divino? La fe de la Iglesia nos dice que Dios mismo crea este contacto, que nos transforma poco a poco en verdaderas imágenes de Dios.

Así llegamos de nuevo a la tarea del sacerdote de «santificar». Ningún hombre por sí mismo, partiendo de sus propias fuerzas, puede poner a otro en contacto con Dios. El don, la tarea de crear este contacto, es parte esencial de la gracia del sacerdocio. Esto se realiza en el anuncio de la Palabra de Dios, en la que su luz nos sale al encuentro. Se realiza de un modo particularmente denso en los sacramentos. La inmersión en el Misterio pascual de muerte y resurrección de Cristo acontece en el Bautismo, se refuerza en la Confirmación y en la Reconciliación, se alimenta en la Eucaristía, sacramento que edifica a la Iglesia como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu Santo (cf. Juan Pablo II, Pastores gregis, 32). Por tanto, es Cristo mismo quien nos hace santos, es decir, nos atrae a la esfera de Dios. Pero como acto de su infinita misericordia llama a algunos a «estar» con él (cf. Mc 3, 14) y a convertirse, mediante el sacramento del Orden, pese a su pobreza humana, en partícipes de su mismo sacerdocio, ministros de esta santificación, dispensadores de sus misterios, «puentes» del encuentro con él, de su mediación entre Dios y los hombres, y entre los hombres y Dios (cf. Presbyterorum ordinis, 5).


Preguntas para la reflexión

1. Para mí, ¿la santificación personal en mi formación es esencial o accidental?, ¿estoy esforzándome por santificarme?
2. ¿Soy consciente de que tengo el deber de santificar a los demás?
3. Cómo seminarista, de manera concreta en la actividad pastoral, ¿qué estoy haciendo por santificar a los demás?


MEDITACIÓN DIRIGIDA A LOS SEMINARISTAS MAYORES

Miércoles 25 de Agosto 2010. Número 6.
                                              
Benedicto XVI
Audiencia general
Plaza de San Pedro
miércoles 5 de mayo de 2010

 “MUNUS SANCTIFICANDI”
II PARTE

En las últimas décadas ha habido tendencias orientadas a hacer prevalecer, en la identidad y la misión del sacerdote, la dimensión del anuncio, separándola de la de la santificación; con frecuencia se ha afirmado que sería necesario superar una pastoral meramente sacramental. Pero ¿es posible ejercer auténticamente el ministerio sacerdotal «superando» la pastoral sacramental? ¿Qué significa propiamente para los sacerdotes evangelizar? ¿En qué consiste el así llamado «primado del anuncio»? Como narran los Evangelios, Jesús afirma que el anuncio del reino de Dios es el objetivo de su misión; pero este anuncio no es sólo un «discurso», sino que incluye, al mismo tiempo, su mismo actuar; los signos, los milagros que Jesús realiza indican que el Reino viene como realidad presente y que coincide en última instancia con su persona, con el don de sí mismo, como hemos escuchado hoy en la liturgia del Evangelio. Y lo mismo vale para el ministro ordenado: él, el sacerdote, representa a Cristo, al Enviado del Padre, continúa su misión, mediante la «palabra» y el «sacramento», en esta totalidad de cuerpo y alma, de signo y palabra. San Agustín, en una carta al obispo Honorato de Thiabe, refiriéndose a los sacerdotes afirma: «Hagan, por tanto, los servidores de Cristo, los ministros de la palabra y del sacramento de él, lo que él mandó o permitió» (Epist. 228, 2). Es necesario reflexionar si, en algunos casos, haber subestimado el ejercicio fiel del munus sanctificandi, no ha constituido quizá un debilitamiento de la fe misma en la eficacia salvífica de los sacramentos y, en definitiva, en el obrar actual de Cristo y de su Espíritu, a través de la Iglesia, en el mundo.

Por consiguiente, ¿quién salva al mundo y al hombre? La única respuesta que podemos dar es: Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, crucificado y resucitado. Y ¿dónde se actualiza el Misterio de la muerte y resurrección de Cristo, que trae la salvación? En la acción de Cristo mediante la Iglesia, en particular en el sacramento de la Eucaristía, que hace presente la ofrenda sacrificial redentora del Hijo de Dios; en el sacramento de la Reconciliación, en el que de la muerte del pecado se vuelve a la vida nueva; y en cualquier otro acto sacramental de santificación (cf. Presbyterorum ordinis, 5). Es importante, por tanto, promover una catequesis adecuada para ayudar a los fieles a comprender el valor de los sacramentos, pero asimismo es necesario, siguiendo el ejemplo del santo cura de Ars, ser generosos, estar disponibles y atentos para comunicar a los hermanos los tesoros de gracia que Dios ha puesto en nuestras manos, y de los cuales no somos «dueños», sino custodios y administradores. Sobre todo en nuestro tiempo, en el cual, por un lado, parece que la fe se va debilitando y, por otro, emergen una profunda necesidad y una búsqueda generalizada de espiritualidad, es preciso que todo sacerdote recuerde que en su misión el anuncio misionero y el culto y los sacramentos nunca van separados, y promueva una sana pastoral sacramental, para formar al pueblo de Dios y ayudarlo a vivir en plenitud la liturgia, el culto de la Iglesia, los sacramentos como dones gratuitos de Dios, actos libres y eficaces de su acción de salvación.


Preguntas para su reflexión personal:

1.    ¿Soy consciente que la vida espiritual-sacramental es fuente solida y fecunda de mis acciones misioneras y actividades pastorales?, o ¿estoy confundido o convencido por opiniones contrarias al Magisterio, que solo lo referente al anuncio es importante y lo sacramental-espiritual es algo desfasado, o secundario u obstaculatorio?

2.    Siendo sincero conmigo mismo, durante la semana con vistas al fin de semana pastoral, ¿pienso solamente en actividades formativas, dinámicas, organizativas y misioneras, y lo referente a lo espiritual lo dejo como “relleno” de la programación? O más aún, ¿entre tantas actividades que pienso realizar el fin de semana, coloco o no, en primer lugar la vida espiritualidad?


“El justo florecerá como la palma y se multiplicará como cedro del Libano” (Sal 92)